El Cristo de la Buena Muerte
Cádiz tiene en la iglesia de San Agustín una de las tallas más relevantes de la historia del arte. Fue conocido como Cristo de las Ánimas o de San Agustín ya que presidió la capilla de los enterramientos de los frailes del convento homónimo. En 1942, Hipólito Sancho de Sopranis dio a conocer interesantes datos sobre esta magistral obra: fue encargada por el fraile agustino Alonso Suárez en 1648 por 300 ducados, un precio muy elevado para la época, por lo que se atribuyó a las mejores gubias del estilo barroco europeo, como son los casos de Martínez Montañés, Alonso Cano, Alonso Martínez, el flamenco José de Arce, los italianos Alessandro Algardi o el gran Gian Lorenzo Bernini. Incluso se ha querido ver en su policromía la paleta de Diego Velázquez.
Y es que, a veces, lo de menos es quién fue el autor de una obra de arte, porque quizás sea más importante cuál fue el resultado final de la misma. Así ocurre con el Cristo de la Buena Muerte, realizado en madera de cedro sin ahuecar, con un realista estudio anatómico matizado por la serenidad y la dignidad de la expiración. Tal vez, por ello, no pueda adscribirse a ninguna de las grandes escuelas de la imaginería barroca: la andaluza, la castellana o la italiana. Y sí pueda afirmarse que tiene un poco de cada una de ellas: en el tratamiento del cabello, en el estudio anatómico, en el paño de pureza, en el movimiento en la Cruz, en su canon perfecto…
En estos tristes días de pandemia y de crisis generalizada, querría recordar en esta carta a todas las personas que han sufrido y están sufriendo sus nefastas consecuencias. Especialmente a los mayores fallecidos en las residencias, en sus hogares o en la UCI de un hospital. A todos ellos los encomendamos al Cristo de la Buena Muerte de San Agustín, en la seguridad de que, a las humillaciones de la muerte y el aislamiento, se oponen la dignidad y la serenidad de la Cruz. En la certeza de una vida futura y que hoy descansan en los brazos protectores de este Cristo de las Ánimas, de esta maravillosa talla del siglo XVII, de esta majestuosa escultura que aúna en su presencia arte y piedad.