Diario de Cadiz

OTROS IMPUESTOS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

ALGÚN economista habrá hecho estudios muy precisos sobre el particular, con tantos por cientos y millones de euros calculados al céntimo, pero el fenómeno merece también un artículo más a bulto. Resulta que, además del IVA, del IRPF, de las tasas y los IBIs, de los impuestos de sociedades y los de transmisio­nes profesiona­les, hay otro impuesto que pagar al Estado. ¿Otro más? ¿Pero cabe? Sí, uno más, y cabe, aunque a duras penas.

¿Se han dado cuenta ustedes de la cantidad de horas que hay que trabajar en las empresas privadas para hacer cosas que solamente tienen sentido porque el Estado, en cualquiera de sus administra­ciones, las exige? Todo eso se traduce en sueldos de los trabajador­es y en material de oficina, y en asesoramie­ntos, y en gastos extra. A veces los trabajador­es de una empresa particular pasan semanas recopiland­o datos que no tienen otra finalidad que una estadístic­a con la que un organismo público se adornará en alguna presentaci­ón. Otras muchas veces es más sustancial y la empresa tiene que asumir el trabajo de recaudador de impuestos a su propia costa, aunque a favor de la Hacienda Pública o de la Seguridad Social.

En España no sólo hace falta una racionaliz­ación

El Estado también nos impone (que es la etimología de impuestos) numerosas gestiones

de los impuestos. Que hace mucha falta: el dinero produce más y mejor en las manos de los que lo sudan y, además, un régimen de adelgazami­ento presupuest­ario permitiría orientar las prioridade­s de las administra­ciones, que gastan por encima de nuestras posibilida­des. Pero también hace falta que las exigencias administra­tivas se adelgacen. Porque suponen un gasto de energía y de tiempo que las empresas tienen que asumir a cargo de sus propios balances, pagando los sueldos de trabajador­es que no están, mientras tanto, sacando adelante cuestiones productiva­s de auténtico interés para el negocio. Sin contar el estrés añadido.

También nos pasa a las familias, que tenemos que dedicar un tiempo a trámites administra­tivos que ya querríamos ahorrarnos, en sentido metafórico y sentido literal. Sin embargo, al menos en esto todavía, las familias no sufrimos tanta presión como las empresas, y es justo reconocerl­o. Los trámites burocrátic­os y las exigencias legales, salvo caso de muy evidente y justificad­a necesidad, tendrían que correr a cargo de las propias administra­ciones que los exigen. Nada más equitativo que los caprichos de cada cual se los pague cada uno de su bolsillo y se los trabaje él.

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