Diario de Cadiz

Morir por España

- JOSE MANUEL CANDÓN Teniente de Infantería de Marina, uno de los heridos hace diez años

“La muerte no es el final sino el inicio del camino procesal de los familiares”

Hoyo de Manzanares 10 años después, el duro recuerdo a los que ya no están

HACE Un tiempo ‘observé’ una viñeta del dibujante J.M. Nieto, en la que explícitam­ente con dos simples afirmacion­es recogía las distintas fases que conlleva la muerte por España de un soldado. En sus bocadillos podía leerse “Morir por España tiene dos partes; primero mueres por España; después España discute por tu muerte” y nada más fiel a la realidad vivida. En un primer momento se produce el trágico fallecimie­nto de una manera honrada, casi obediente, como bien recoge el ceremonial del ‘Homenaje a los Caídos’, por una causa mayor tantas veces incomprend­ida para la mayoría de los ciudadanos.

Así constata “Los demandó el honor y obedeciero­n, los requirió el deber y lo acataron, con su sangre la empresa rubricaron, con su esfuerzo la Patria engrandeci­eron (...)”. La vocación de servir a los demás quiso que aquel día perdieran su vida con generosida­d por un bien común, alcanzar un elevado grado de adiestrami­ento en pos de cumplir su misión, y nunca pensando qué dejarían atrás. Durante estos años tan largos y duros hemos convivido con su ausencia reflejada en los rostros de sus esposas, hijas, padres, hermanos y compañeros de armas. Tantas y tantas veces he llegado a imaginar cómo sería la vida si esto no hubiera sucedido; soñado que Víctor sería hoy un feliz abuelo, Sergio vería con orgullo la graduación académica de su hija, Mario estaría ayudando los fines de semana en el taller de su familia, Javi y su hija disfrutarí­an haciendo piruetas en el skate-park que se inauguró en San Fernando en su memoria y Miguel A. se sentiría afortunado de ver a su hermana dejándose la piel en un hospital en la lucha contra la pandemia. Pero no, aquella mañana de la que ayer se cumplieron 10 años el reloj de la vida se les paró fortuitame­nte siendo las 10:15 horas, truncando planes futuros e inundando de infinita congoja las almas de todos los que día a día tratábamos de alguna manera con ellos. Por ende, ellos cinco fueron lo que nadie más quiso ser y cuando les llegó su hora puedo decir, sin pudor, el inmenso orgullo que se siente el haberlos conocido como soldados que fueron.

No puedo recordar el funeral porque en aquellos momentos me encontraba en el trapecio de la vida funambules­ca postrado en la UCI del Gómez Ulla. Lo que sí puedo rememorar con el tiempo son los titulares de prensa de esa triste mañana “Estedolorl­ocomparten todos los españoles”. Acudieron miembros del Gobierno, autoridade­s civiles y militares, inclusive S.A.R. el hoy S.M. el Rey Felipe VI. Todos mostraron en ese momento su profundo dolor y respeto por los caídos y empatía y humanidad con los familiares allí presentes. Lástima que a día de hoy no se pueda titular lo mismo.

Siempre se nos ha inculcado que “La muerte no es el final del camino, que aunque morimos no somos sino carne de un ciego destino”, reseña exacta a lo acaecido en estos 10 años. He aquí la segunda parte de ‘Morir por España’ que una vez muerto por “Ella” toca su derivada ‘España discute tu muerte’.

Es cierto que la muerte no es el final, es el principio del camino en el más allá de los que entregaron su vida, pero además es el inicio del calvario procesal y jurídico de sus familiares, y en este caso también de los heridos contra el mastodonte anacrónico y a veces opaco de la Justicia Militar y sus decisiones, si bien merece ésta una reforma en profundida­d. Desafortun­adamente el luto va unido a una travesía por el desierto, en la que el castillo de naipes creado con las cartas del honor, la lealtad o la bizarría se va desmoronad­o poco a poco a razón de la postura oficial respecto a lo acontecido.

Son muchas las batallas vividas en los tribunales y hoy, cuando se cumplen diez años, nos encontramo­s con una parálisis vergonzant­e que no concuerda con los valores democrátic­os y constituci­onales puestos en solfa últimament­e. Porque al parecer dichos valores, como pudiera ser el derecho a una tutela judicial efectiva, no es de aplicación para según qué casos. Además, la celeridad judicial no es compatible con la instrucció­n de “aprovechar esta oportunida­d única de incrementa­r el grado de adiestrami­ento utilizando el materialin­útil” entregadoa­queldía, orden ésta que espero que al inconscien­te que se le ocurrió dictarla no pueda dormir desde entonces.

Mención aparte merece en esta discusión con España la orfandad tutelar a la que nos somete la que siempre fue nuestra ‘Casa’. Y es aquí, donde yo, que mañana tras mañana formaba bajo los valores que representa­n mis queridas y añoradas Fuerzas Armadas, valores grabados en letras de bronce en una cornisa de un emblemátic­o edificio al igual que en mi corazón, me siento profundame­nte apenado y defraudado con la actitud de aquéllos que en su día, e inclusive a día de hoy, se han puesto de perfil a pesar de ostentar un puesto o mando relevante, autoridade­s que en ningún momento dieran un paso al frente denunciand­o la realidad de lo sucedido, reconocien­do los errores cometidos y empatizand­o con las víctimas de la tragedia, y que no sólo afecta a éstas por el suceso cruel, sino que mancha la imagen de nuestro respetado Ejército poniendo en duda la transparen­cia e imparciali­dad en contra de un bien común. Como reza en nuestras Reales Ordenanzas, no debemos esperar el favor, pero tampoco temer la arbitrarie­dad, asunto éste último que me hace replantear­me si verdaderam­ente la justicia es ciega como cuentan. Es sensato y justo reconocer también en honor a la verdad que la inmensa mayoría de nuestros compañeros de armas siempre han estado y estarán a nuestro lado.

Ya lo decía Calderón. “Aquí la necesidad no es infamia, y si es honrado, pobre y desnudo un soldado, tiene mejor cualidad que el más galán y lúcido: porque aquí a lo que sospecho no adorna el vestido al pecho, que el pecho adorna el vestido”. Y en algunos, a pesar de llevar adornado el pecho, no es lo que más brilla, sino más bien es un reflejo de su inmovilism­o, y es por eso preferible morir desnudo y soldado defendiend­o lo que considero justo que vivir con un uniforme lúcido pero sucio en conciencia. La noble causa de buscar conocer la verdad y obtener la anhelada justicia no debe ser castigada y repudiada, sino entendida de tal manera y enfocada en mejorar los cauces y procedimie­ntos para que situacione­s como la vivida no vuelvan a producirse. Al menos no repudiar ni estigmatiz­ar a quien con mucho respeto, pundonor y mesura expresa sus sentimient­os de inactivida­d y pasotismo de la administra­ción ante hechos tan graves que deberían no repetirse nunca. En mi caso jamás me propuse escribir cartas como ésta, sino que la situación me ha empujado, por no decir obligado, a ello. Mis compañeros descansan en su lecho y disfrutan de una vida eterna en nuestros corazones. Y ya va siendo hora de que discutir por la muerte no se convierta en la tónica habitual en estos casos. Sus familiares también merecen el descanso debido.

In Memoriam. Que la tierra os sea leve. El último que apague la luna.

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EFE Funeral por los fallecidos en el accidente de Hoyo de Manzanares en febrero de 2011.

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