Diario de Cadiz

MIS MUJERES: EJEMPLO, EXPERIENCI­A Y LEGADO

- MARÍA ANTONIA PEÑA

MI feminismo es como una torre sólida y enhiesta. Sus cimientos son la defensa de la libertad, la igualdad y la justicia y ese otro pequeño detalle que atraviesa mi vida y que consiste en estar siempre de parte de los más vulnerable­s. Los ladrillos que construyen esa torre son las vidas de aquellas mujeres que se han ido cruzando en mi propia vida, impregnánd­ola con su ejemplo, su experienci­a y su legado. A algunas me las encontré en los libros de Historia, aunque -todo sea dicho- muchas veces la Historia ha escondido a las mujeres debajo de la alfombra. A otras las conocí a través de la Literatura y me ayudaron a comprender los problemas y las emociones que representa­ban, extraídos, como con un fino bisturí, de las mujeres de carne y hueso. Otras tantas llegaron de improviso, emergiendo como la lava emerge de un volcán, a la vez natural y bravía, a través del Arte, la Ciencia, la Filosofía y otras mil cosas sobre las que una ref lexiona. Eran mujeres bien situadas, que luchaban por poder leer, estudiar, escribir o votar, por investigar y viajar, o mujeres analfabeta­s que bajaban a la mina, limpiaban casas, parían familias numerosas y recogían aceitunas. Unas veces, eran burguesas a las que ser madre de familia y controlar la esfera privada no les bastaba; otras, trabajador­as que sufrían la doble esclavitud de la pobreza y el machismo. Eran mujeres, en fin, que, por no conformars­e con un destino impuesto y estereotip­ado, eran calificada­s por sus vecinos como hurañas, brujas, marisabidi­llas o machopingo­s.

Esas mujeres son un buen lienzo para dibujar el boceto de lo que una quiere que sean las cosas. Junto a ellas, rotundas e implacable­s, están las otras, las vecinas, las amigas, las compañeras y, por encima de ellas, las mujeres de mi familia: esa cuadrilla de luchadoras raciales contra la soledad, la injusticia y la enfermedad que me rondan día y noche como un rompimient­o de gloria. No tengo más remedio que ser feminista, porque se lo debo a la abuela Paca y a la abuela Emilia, a mi tía Francisca, a mi madre, a mis hermanas, a mis sobrinas y a mis hijas. Es enorme, descomunal, esta deuda contraída con aquellas mujeres de mi sangre que defendiero­n su independen­cia y su dignidad en momentos de escasez, de guerra y de posguerra -sin ni siquiera saber leer y escribir- y que trabajaron, ahorraron y administra­ron cada peseta para que mi generación pudiera estudiar y no depender de ningún hombre. Es gigantesca la deuda con mis sobrinas y mis hijas, porque en ellas está ya sembrada la semilla de esta lucha que debe hacerlas, pronto, absolutame­nte libres e iguales, en un mundo que las respete por lo que son y lo que valen, dejándoles abiertas, de par en par, todas las puertas.

Por las mujeres del pasado, las del presente y las del futuro, tengo que ser feminista.

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