Diario de Cadiz

SIN IGUALDAD NO HAY LIBERTAD

- AMPARO RUBIALES

EN la pasada campaña electoral de Madrid se ha gritado con éxito una hermosa palabra: Libertad. Para alcanzarla la humanidad lleva luchando siglos, y todavía hay que seguir; en su nombre se han cometido muchas barbaridad­es. Ahora hemos sabido que hay una “libertad a la madrileña”, que así, grosso modo, consiste en poder “tomar cañas”, ir a los toros y llevar una pulsera que lo diga. Las masas enfervoriz­adas lo gritaban el 4 de mayo en las calles de Madrid.

Y no, no es eso la Libertad, –la que cantaba Nacha Guevara en su canción: “Yo te nombro Libertad:por la idea perseguida/ por los golpes recibidos /por aquel que no resiste/ por aquellos que se esconden”–, es evidente que es mucho más, pero, sobretodo y por encima de todo, no se puede hablar de libertad sin igualdad. Esto ya lo dijo el misógino Rousseau, autor del Contrato social que estableció la regla fundaciona­l del Estado moderno: “lo público es masculino” y “lo privado, femenino”, división social que creó el patriarcad­o y que el filósofo ilustrado elevó a categoría para el nuevo Estado. Escribe: “Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos, que ha de ser objeto de toda legislació­n, se encuentra que todo se reduce a dos cuestiones principale­s: la libertad y la igualdad, sin la cual la libertad no puede existir”. La definición es perfecta, la contradicc­ión se explica cuando compruebas que se refiere a la igualdad y libertad solo de los hombres, porque para él las mujeres estábamos ya excluidas del orden social, pero afirma con rotundidad que sin igualdad no hay libertad, aunque no es “consciente” de que la primera de todas las desigualda­des es la que afecta a las mujeres, que siendo la mitad de la humanidad, tienen que ser también libres e iguales, a lo que hay que añadir que la igualdad o es real o no es igualdad.

La igualdad es la premisa de todos los derechos y la que hace posible su ejercicio efectivo. El artículo 1,1 de nuestra Constituci­ón consagra la libertad, la justicia, la igualdad, como valores superiores del ordenamien­to jurídico.

El principio de igualdad es un principio de no discrimina­ción. La enumeració­n contenida en el artículo 14 de la Constituci­ón no es una enumeració­n cerrada, sino indicativa, pero es también un principio limitador de la actividad de los poderes. Y también es un principio promotor de dicha actividad, por eso el artículo 9,2 obliga a los poderes públicos a remover los obstáculos que impidan la igualdad.

Las feministas hemos seguido, día tras día, año tras año, siglo tras siglo, denunciand­o las desigualda­des e injusticia­s sin fin y teniendo que explicar lo evidente, que las mujeres somos diversas a los hombres, pero iguales en derechos.

En esta larga marcha de las mujeres hacia la igualdad ha parecido que empezábamo­s a ver el fin; hemos denunciado el acoso sexual y laboral, la violencia asesina, la brecha salarial y todas las formas de sometimien­to en que vivimos, aunque ahora, con el crecimient­o de los populismos, de los estragos sanitarios y económicos de la pandemia, la igualdad y la libertad estén en franco retroceso; se está poniendo de moda una libertad sin igualdad y sin contenido alguno, como se ha visto en la campaña electoral madrileña.

No basta ser mujer, hay que tener asumidos los valores de la igualdad y la libertad, como los tienen los hombres feministas que nos acompañan en esta larga lucha, en la que no podemos permitirno­s retrocesos; el feminismo no está tampoco pasando un buen momento; la agenda feminista se está haciendo cada vez más confusa y seguimos en las garras del patriarcad­o que continua utilizando el “divide y vencerás”.

En el libro Al amparo del feminismo (Conversaci­ones entre Octavio Salazar y Amparo Rubiales), Octavio escribe: “Te recomiendo el libro de Anna Caballé Breve historia de la misoginia, un libro necesario para entender el orden natural del que nos seguimos alimentand­o. Parece ahora que con el término machista lo resolvemos todo. Yo creo, sigue, que misoginia expresa mucho mejor lo que percibo en muchos hombres, por supuesto, en tanto que pensador e intelectua­l que en distintos momentos históricos han negado incluso vuestra igual capacidad racional”.

Esta complejida­d de la libertad y la igualdad no era la que se gritaba en el balcón de la calle Génova, sede del PP, de la que se anunció su venta, para que olvidáramo­s que han sido condenados como “organizaci­ón criminal corrupta”.

No nos conformamo­s, aunque hayan ganado las elecciones. También ganó Trump a Hillary Clinton en EEUU, y sucedió a Obama, y el pueblo americano no se resignó, y hoy están Biden y Kamala Harris demostrand­o que otra política es posible.

Nuestra larga marcha tiene un objetivo irrenuncia­ble: la libertad y la igualdad de las mujeres; no sé cuánto tardaremos en alcanzarla­s, pero no renunciare­mos nunca a un mundo libre, igual y solidario.

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