Diario de Cadiz

EL EJEMPLO DE FRANCIA

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

LOS españoles llevamos unos años sin tener suerte. Cuando los problemas causados por la pandemia parecían aliviarse, el nuevo conf licto de los indultos de los independen­tistas catalanes amenaza con convertirs­e en otra agónica situación inagotable. Otra vez las primeras planas de los periódicos llenas de lo mismo. Mientras que unos cuantos funcionari­os del separatism­o, que nunca aspiraron llegar a tanto, se ufanan de verse siempre como protagonis­tas de la noticia del día. Y todo eso va a persistir porque están bien pagados y cuentan con unos cuantos iluminados que los aplauden. Por otra parte, no es un trabajo que exija mucho, basta con una ocurrencia oportunist­a, despectiva e hiriente cada dos o tres días y conseguir un titular que circule. Pero este triste castigo que sufrimos los españoles aún se acrecienta más, cuando se mira más allá de los Pirineos y se leen los periódicos franceses. En el día 8 del pasado mes de abril la Asamblea Nacional aprobó una ley sobre enseñanza y uso, en Francia, de las lenguas regionales, que posteriorm­ente, el 21 de mayo, fue sometida a una revisión por parte del Consejo Constituci­onal. Este matizó dos puntos, para recalcar que no se admite “inmersión” alguna en una lengua regional. El cultivo de lo propio está muy bien, siempre que no supere ni excluya ni una décima, ni un minuto, la lengua común, el francés, que es la única lengua admitida en los trámites administra­tivos oficiales. Pero aún sorprende más la acogida dispensada por la prensa a la nueva ley: figura en una perdida página interior, sin apenas comentario­s, porque apenas interesa a nadie. Pues son pocos los que cobran por pregonar que son víctimas del centralism­o jacobino. Imagínense, en España, lo que eso hubiera significad­o. Por descontado que, en Bretaña, la Provenza o en el País Vasco francés cultivan su lengua a voluntad y disfrutan de cuanto atañe a su cultura, pero sus carencias –que también las tienen– no se las achacan a los restantes franceses, denigrándo­los y culpabiliz­ándolos. Nadie, pues, les ha engañado todavía’ inculcándo­les que sus males los causa un lejano Estado opresor y prometiénd­oles la redención feliz que depara el separatism­o. Se siente envidia al contemplar esta madurez de la ciudanía francesa ante los infantiles cantos de sirena de las identidade­s regionales reinantes en España. Quizás la clave estribe en que ningún político francés ha tenido aún la desfachate­z de montar un negocio, para ponerse rico, utilizando la lengua como arma de manipulaci­ón sentimenta­l.

Nadie les ha engañado todavía inculcándo­les que sus males los causa un lejano Estado opresor

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