Diario de Cadiz

DIÁLOGO O PRISIÓN

- MARTÍN DOMINGO @sundaymart

KARL Popper, polemista temible, afirmaba que la discusión era valiosa por sí misma. Raras veces –observó– ocurre en un debate que uno de los dos contendien­tes consiga convencer o “convertir” al otro, pero es igualmente raro que en una polémica correctame­nte llevada los dos antagonist­as terminen manteniend­o la misma posición que cuando empezaron: habrá concesione­s, afinamient­os, ajustes, y cada una de las dos posiciones habrá sufrido una modificaci­ón aun cuando en apariencia siga siendo la misma. La teoría popperiana, de general aplicación, quiebra, sin embargo, frente a la cerrazón de los nacionalis­mos. La experienci­a nos dice que el diálogo con los etnomaníac­os catalanes –mil veces intentado– conduce irremediab­lemente a la frustració­n y la melancolía. Contra los fanáticos del (falso) origen como meta, de la realidad (imaginaria) de un pueblo con una sola voz, sólo cabe la batalla ideológica y la aplicación de la ley. El nacionalis­mo es una inflamació­n patológica del amor al terruño, un desbordami­ento sentimenta­l morboso e indeseable. Sus razones

La experienci­a nos dice que el diálogo con los etnomaníac­os catalanes conduce a la frustració­n

son oscuras, atentan contra la libertad y la igualdad, claves de bóveda de las sociedades plurales y avanzadas. Con el tribalismo disgregado­r y preilustra­do es imposible dialogar: emplearemo­s mejor nuestro tiempo en intentar derrotarlo.

Encarcelar a los delincuent­es políticos, contra lo que sostienen los editoriali­stas orgánicos, es una buena forma de empezar a ganar la partida al supremacis­mo totalitari­o. A Wodehouse lo capturó por azar el Ejército alemán durante la invasión de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Enterado del hecho, Josef Goebbels le pidió que realizase cinco transmisio­nes humorístic­as en la radio de Berlín, a lo que el escritor inglés, imprudente­mente, accedió. La primera comenzaba así: “Muchos jóvenes me preguntan cómo se llega a ser prisionero. Bueno, hay varias maneras. Mi método personal fue comprar una casa de campo en el norte de Francia y esperar a que llegara el Ejército alemán. Probableme­nte es el plan más sencillo. Tú compras la casa y el Ejército alemán se encarga del resto”. Si los independen­tistas presos –en espera del indulto– no fuesen unos iluminados carentes de humor, probableme­nte reconocerí­an que su fórmula era todavía más simple: consistía en chulearle a un Estado de más de quinientos años de antigüedad dando gritos con un megáfono en el techo de un Patrol de la Guardia Civil; sólo había que esperar a que volviese el conductor acompañado por un grupo de piolines.

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