El indulto del general Sanjurjo
Condenado a muerte por su levantamiento de 1932, la pena le fue conmutada por cadena perpetua para, después, ser amnistiado tras pasar un tiempo en el penal gaditano de Santa Catalina
El martes, 14 de abril de 1931, se precipitaron los acontecimientos después de las elecciones del domingo anterior bajo la forma de una serie de manifestaciones, incluso, la izada de la bandera republicana en ciertos municipios de España y en algún que otro edificio de Madrid. Se pedía la proclamación de la Segunda República, hasta el punto de que en una tensa entrevista entre Niceto Alcalá Zamora, futuro presidente, y el conde de Romanones, en nombre del Rey, aquél pidió abiertamente un cambio de gobierno antes de la puesta del sol de ese día.
Ante una situación así, un atribulado Alfonso XIII que, en realidad no sabía a ciencia cierta qué camino tomar aún, tras consultar con sus más allegados, decidió optar finalmente por abandonar España aquella noche. La causa que inclinó tan drástica decisión, al parecer estriba en que, según palabras del general Sanjurjo, entonces al mando de la Guardia Civil, el Rey no podría contar con ninguna garantía de la Benemérita caso de que se produjeran tumultos y enfrentamientos. El general Emilio Mola Vidal, entonces director general de Seguridad, con cierta ambigüedad dejaría escrito que, “aunque por muy extraño que parezca”, no había recibido ninguna instrucción del Gobierno en momentos tan críticos. Si bien, le habían llegado noticias, no confirmadas, de que Sanjurjo se había ofrecido ya a la causa republicana. Con todo, añade que “es muy posible que así fuera”.
Paradójicamente, tras la proclamación del nuevo régimen y cuando ya gobernaba la República, el propio general Sanjurjo al año siguiente protagonizaba un levantamiento contra el Gobierno en Sevilla, conocido popularmente como la ‘sanjurjada’.
El 10 de agosto de 1932 el general de división, José Sanjujo Sacanell, a la sazón director del Cuerpo de Carabineros, se levantó contra la República en Sevilla donde declaró el “estado de guerra”. Si bien se hizo momentáneamente con el control de la ciudad, su intentona no pasó de ahí, pues en Madrid tuvo poco respaldo aunque con incidentes, lo que le obligó a huir a Portugal, siendo detenido en Ayamonte. Juzgado sumariamente el 24 de agosto en el Salón de Plenos del Tribunal Supremo por “delito consumado de rebelión militar”, fue condenado a muerte, aunque el Gobierno conmutó su pena por la de cadena perpetua, con expulsión del Ejército y suspensión de sueldos y honores. En cuanto a los otros implicados, la mayor parte de ellos serían deportados a Villa Cisneros.
Lo cierto es que su acción fracasó, en gran medida, porque el Gobierno estaba sobre aviso. En sus ‘Memorias Políticas y de Guerra, II’, Manuel Azaña entonces presidente del Gobierno, nos da cuenta de que unos días antes (el 22 de julio) de aquella intentona, Sanjurjo le expuso a Alejandro Lerroux todo un memorial de agravios sobre la situación del Ejército, con una oficialidad desmoralizada y con sus filas “minadas por el comunismo”, apostando, en cambio, por “un Gobierno republicano y de orden, contra los socialistas”. De todo ello, Azaña dedujo, por noticias confidenciales, que “tienen organizado algo”. Cuando posteriormente el Gobierno se reunió en Consejo de Ministros para deliberar sobre un posible indulto, Azaña fue el último en votarlo, alegando que “su condena a la pena de muerte obligaba también a fusilar a otros seis o ocho”. Finalmente concluía expeditivamente que, “fusilando a Sanjurjo hacíamos de él un mártir”.
Por su parte el jefe del Estado, Niceto Alcalá Zamora, para quien Sanjurjo “no era hombre muy reflexivo”, al analizar aquel Consejo, escribe en sus ‘Memorias’ que “en nuestros cambios de impresiones siempre estuvimos de acuerdo sobre la procedencia del indulto” ya que el caso no ofrecía dudas, “porque ha de apreciarse toda la vida del culpable y no solo el delito, sobre todo si la pena es de muerte”. Sin duda, pesaba en el ánimo de todos el ofrecimiento de Sanjurjo el 14 de abril a la causa republicana. Tras el Consejo de Ministros y sin todavía hacerse público el acuerdo, aunque se esperaron formalmente algunas peticiones de indulto, éstas no llegaron, apostillando Alcalá Zamora que “la clase conservadora abandonó por completo a su vencido caudillo”. Tan solo se produjeron dos peticiones, muy significativas, por parte de la viuda de Fermín
Galán y de la madre de García Hernández, ambos capitanes del Ejército, fusilados por la intentona golpista de Jaca contra la Monarquía en diciembre de 1930.
EN EL CASTILLO DE SANTA CATALINA
Encarcelado en el penal del Dueso, fue trasladado con posterioridad al castillo de Santa Catalina.
Diario de Cádiz informaba de su llegada el 10 de enero de 1934, “rodeada de misterio” y a bordo del cañonero ‘Cánovas del Castillo’. Cubierto con “un abrigo con bufanda y boina”, fue saludado en el muelle por sus amigos gaditanos José García Villaescusa y Aurelio Sellés. Entre las diversas visitas que recibió una vez allí, se cuenta la que realizaron juntos el torero Ignacio Sánchez Mejías y el periodista Gregorio Corrochano. A principios de marzo corrieron rumores de una nueva conspiración de Sanjurjo, que poco menos era de dominio público, según informaron algunos periódicos madrileño, sobre todo ‘El Heraldo’. A todo ello siguieron unas declaraciones del gobernador militar de Cádiz, general Mena, achacando todo a simples bulos más o menos intencionados.
Tras su paso en prisión, sería amnistiado el 25 de abril de 1934 por el Gobierno presidido por Alejandro Lerroux, sobre el que siempre pesó la sospecha de cierta connivencia suya en los sucesos de Sevilla. A partir de ahí, Sanjurjo pasó a Portugal, donde se estableció en Estoril y siguió conspirando contra la República. El 20 de julio de 1936, iniciados ya los primeros puentes aéreos sobre el Estrecho que transportaban tropas sublevadas desde Marruecos, corrieron inquietantes rumores sobre la suerte de Sanjurjo quien, desde Estoril debía ser trasladado en vuelo rumbo a Burgos para ponerse al frente de las tropas como general en jefe. La avioneta, una ‘Puss Moth’ monomotor de fabricación inglesa, que conducía el piloto Juan Antonio Ansaldo, se estrelló a la altura de Cascais debido a un mal despegue y al exceso de equipaje, quedando calcinado el cuerpo del general, si bien Ansaldo quedó ileso. Quedaba así la vía libre para el mando único de Franco, que se materializaría en Salamanca el 21 de septiembre de aquel año.
El 20 de octubre de 1939 el propio Franco, ya jefe del Estado, elevó a Sanjurjo al rango de capitán general a título póstumo, con reconocimiento retroactivo precisamente desde el día de su accidente.