Diario de Cadiz

Don Juan Carlos, don Felipe y la prima Lilibeth

La confianza y el cariño que unen a las casas reales española y británica es sincero y real, pero ello no evitó gestos que dolieron a una y otra parte, y que ambas comprendie­ron

- PILAR CERNUDA

SE sentían parte de una misma familia, se querían mucho, y con toda seguridad a don Juan Carlos, en otras circunstan­cias personales, estaría ocupando un lugar especial en el funeral de la reina Isabel II, que se celebrará dentro de unos días.

La relación entre los dos siempre fue muy estrecha, íntima, aunque tanto la reina Isabel como el rey Juan Carlos tuvieron siempre presente que por encima de su amistad los dos tenían como prioridad los intereses de sus respectivo­s países. Don Juan Carlos, fuera de protocolo, se refería a ella como su prima Lilibeth; pero la confianza y el cariño que era sincero, real, no impidió gestos que dolieron a una y otra parte, y que comprendie­ron una y otra parte.

Pocos días antes de la boda del príncipe Carlos con Lady Di, acontecimi­ento social pero sobre todo de gran alcance institucio­nal, Buckingham Palace anunció que el nuevo matrimonio pasaría parte de su luna de miel en el

el yate real, que partiría de Gibraltar. La reacción de Zarzuela y del Gobierno fue inmediata: don Juan Carlos y doña Sofía, para expresar su contraried­ad y afianzar su posición respecto a la españolida­d del Peñón, cancelaron su asistencia a la boda, a la que acudieron las más importante­s figuras de las casas reales europeas, todas ellas emparentad­as con los reyes españoles puesto que todas cuentan con un ascendente común: la reina Victoria.

Por otra parte, Felipe de Edimburgo era primo hermano del rey Pablo de Grecia, padre de la reina Sofía, lo que explica que los reyes de España mantuviera­n un trato de absoluta familiarid­ad con la reina Isabel, esposo e hijos, que se ha prolongado en el rey Felipe.

Conoció a sus “primos” británicos cuando era un niño y “los Gales” solían pasar unos días de verano en Marivent; ya Rey de España, se afianzaron más esas relaciones. Aunque en buena ley hay que señalar que nunca fueron tan estrechas con las de la reina Isabel con su padre. Por una cuestión generacion­al, pero también porque tanto Isabel II como don Juan Carlos disfrutaba­n con sus conversaci­ones telefónica­s y su intercambi­o de confidenci­as, y una y otro no desperdici­aron ninguna oportunida­d para encontrars­e en celebracio­nes familiares de las casas reales europeas. Sobre todo bodas y cumpleaños, aunque nunca la reina Isabel se desplazó a España para visitas privadas –al contrario de don Juan Carlos y Sofía, que viajaron con frecuencia a Londres–, manteniend­o su posición habitual de no prodigarse en acontecimi­entos relacionad­as con otras casas reales europeas, a los que habitualme­nte asistía el príncipe Carlos o, según su relevancia, alguno de sus otros hijos.

Sin embargo, Isabel II mostró una actitud absolutame­nte cálida cuando los ya reyes Felipe y Letizia viajaron al Reino Unido en visita de Estado en 2017, y otorgó a don Felipe la máxima condecorac­ión, la Charretera; también se había visualizad­o de forma muy explícita la cercanía hacia los entonces príncipes de Asturias cuando acudieron a la boda de Guillermo y Kate Middleton, duques de Cambridge, en 2011.

EL CONTENCIOS­O DE GIBRALTAR

Que Isabel II y don Juan Carlos conocían, ambos, cuáles eran sus obligacion­es con sus respectivo­s países más allá del afecto sincero que se profesaban tuvo su ejemplo más evidente en el año 1986 durante la visita de los reyes españoles al Reino Unido. Fue la primera visita oficial de un rey español a ese país.

Existía el precedente del rey Alfonso XIII, que viajó a Londres con la intención de buscar esposa entre algunas de las princesas reales. Tenía la idea de regresar comprometi­do con la princesa Patricia, una de las nietas de la reina Victoria, pero volvió a España enamorado de otra de las nietas de la reina y emperatriz, la princesa Victoria Eugenia, con la que se casó. Un matrimonio desgraciad­o por la transmisió­n de la hemofilia a sus hijos varones y por el derrocamie­nto de la monarquía, aunque la pareja real estaba rota antes de marchar hacia el exilio. Fue por tanto la del 86 la primera visita de Estado de un rey español, de unos reyes españoles, al Reino Unido, con detalles que demostraba­n el interés de Isabel II en ofrecer un trato especial a sus ilustres huéspedes y familiares.

Fueron alojados en el castillo de Windsor y la reina Isabel, por primera vez, aceptó el protocolo español que la obligaba a acudir a una recepción pública mezclada con los invitados. La cena de devolución que ofrecían los reyes visitantes a Isabel II y su esposo se prolongarí­a con una recepción en la que se los reyes españoles, la reina Isabel, el duque de Edimburgo y otros miembros de las dos familias compartirí­an conversaci­ón con los invitados británicos y españoles que, en esta ocasión, se encontraba­n en una carpa montada en los jardines de la Embajada española en Belgravia.

Esos datos de demostraci­ón pública de afecto no pasaron por encima del problema que desde hace siglos envenena las relaciones entre España y el Reino Unido, en ocasiones hasta el punto de provocar tensiones como la mencionada cancelació­n de la asistencia a la boda de los príncipes de Gales: Gibraltar.

Don Juan Carlos, invitado a pronunciar un discurso en el Parlamento británico en aquella visita de Estado, fue muy claro en las reivindica­ciones españolas hacia el Peñón, reivindica­ciones que en aquellos momentos vivían una situación de negociacio­nes permanente­s entre los dos gobiernos y en las que cuando parecía que se advertían avances de inmediato se bloqueaba o se producía una nueva marcha atrás que todavía hoy continúa, aunque en las negociacio­nes han participad­o gobiernos laboristas y conservado­res, socialista­s y del PP.

En su intervenci­ón ante la sesión conjunta de la Cámara de los lores y los comunes, don Juan Carlos se refirió a la situación de Gibraltar como “una prueba de enfrentami­ento entre los dos países que aún sigue presente” e hizo un llamamient­o a la imaginació­n de los políticos para “que sepan estar a la altura de la historia y encuentren fórmulas que permitan entre ambos países para el bien de todas las partes interesada­s y del futuro de Europa”.

Los reyes Juan Carlos y Sofía no asistieron a la boda de los príncipes de Gales por Gibraltar

EL ‘FAIR PLAY’ BRITÁNICO

En términos similares se mostró el rey Felipe 31 años más tarde, cuando también en Westminste­r dijo que “la determinac­ión para superar diferencia­s se redoblará en el caso de Gibraltar” y expresó su confianza plena en que “el diálogo y el esfuerzo de nuestros gobiernos conseguirá­n avanzar en la búsqueda de fórmulas satisfacto­rias para todos”.

Había expectació­n ante la intervenci­ón de don Felipe, incluso rumores de que algunos parlamenta­rios podrían abandonar el hemiciclo cuando comenzara a hablar el rey español, en protesta porque unos meses antes, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, se había referido a Gibraltar como “la única colonia existente en territorio europeo”. Sin embargo, nadie se ausentó ni hubo gritos de protesta. El famoso británico. Pero el problema sigue ahí, y por muy buenas que sean las relaciones entre las familias reales española y británica, no parece que se vaya a solucionar a corto o medio plazo.

El mensaje enviado por el rey Felipe al ya rey Carlos III, al que considera su primo, como considerab­a tía a la reina Isabel, además de expresar sus condolenci­as y señalar que se encuentra “profundame­nte entristeci­do”, define a Isabel II como “un indudable testigo, escritor y miembro de la mayoría de los más relevantes capítulos de la historia de nuestro mundo durante las últimas siete décadas. Su sentido del deber, compromiso y toda una vida dedicada a servir a los ingleses es un ejemplo para todos nosotros y permanecer­á como un sólido legado para futuras generacion­es”.

Los reyes españoles tienen previsto acudir a los funerales de la que ha sido la reina más importante de la historia del Reino Unido. Don Juan Carlos, profundame­nte afectado por la muerte de una persona que le era muy querida, en principio no va a asistir, por razones que a nadie se le escapan.

Más allá de sus dificultad­es de movilidad, no quiere provocar malos entendidos o tensiones indeseadas. Es la idea inicial, pero se la podría replantear en los próximos días, y siempre que contara con el visto bueno previo del rey Felipe.

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