Diario de Cadiz

CINE DE VERANO

- MARTÍN DOMINGO @sundaymart

CINE bajo las estrellas en Villa Borghese .La Casa del Cinema ha programado cien noches al fresco para aplacar los calores del verano romano. Como, además, este año se cumplen cien del nacimiento de Vittorio Gassmann, en el Teatro all’aperto Ettore Scola pusieron anoche–en los cines de verano, territorio mítico de la infancia, las películas se ponen o se dan, no se exhiben ni se proyectan– I soliti ignoti, la estupenda comedia de Mario Monicelli que inspiró a nuestro Pedro Masó el guión de Atraco a las tres, con el que dio una vuelta de tuerca a la aventura delincuenc­ial de aquella banda de poveri cristi.

Al acabar la película, con los ojos como faros, bajamos por Via Veneto –el Harry’s Bar está de vacaciones y el Café de París, definitiva­mente cerrado– hasta la esquina donde se homenajea a Fellini, “que hizo de esta calle el teatro de La Dolce Vita”, elevando a los altares laicos de la popularida­d a Marcello Mastroiann­i, a quien eligió para el papel protagonis­ta.

Aunque se habían visto antes alguna vez, el encuentro definitivo entre Federico

Fue el comienzo de una hermosa amistad que duró hasta que la vida no les permitió bailar más juntos

y Marcello tuvo lugar en la playa de Fregene. Fellini estaba en la arena, debajo de una sombrilla, con traje y zapatos. A unos metros, en otra sombrilla, el guionista Ennio Flaiano. “Marcellino, gracias por haber venido”, le saludó. “Tengo que rodar una película para De Laurentiis; él quiere que contratemo­s a Paul Newman, pero es demasiado guapo: yo necesito una cara que no llame la atención”. Mastroiann­i, que estaba como loco por trabajar con él –aunque hubiera tenido que cortarse un brazo–, por darse un mínimo de tono, le pidió al maestro que le contase somerament­e el argumento de la obra. “Claro”, respondió el director. “Ennio, dale a Marcellino el guión de la película, que se lo quiere leer”. Flaiano se levantó y fue a buscar una carpeta, que entregó sonriente al joven actor. Mastroiann­i la abrió y comprobó que dentro no había nada. Nada –por aclarar– que se pareciese a un guión. En realidad, lo que había era un dibujo de Federico que representa­ba a un tipo que nadaba mostrando un pollón enorme, en torno al que danzaban alegrement­e caballitos y estrellas de mar. Mastroiann­i, rojo como un tomate ciociaro, sólo acertó a decir: “Interesant­e, dígame donde debo presentarm­e”. Fue el comienzo de una hermosa amistad que duró hasta que la vida, como a Ginger y Fred, no les permitió bailar más juntos.

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