Diario de Cadiz

La reina británica que sedujo al enemigo irlandés

- Javier Aja (Efe)

Toda la isla de Irlanda recuerda con afecto y respeto la contribuci­ón de Isabel II a la paz en esta esquina de Europa, foco durante siglos de la opresión británica y la violencia sectaria.

La muerte de la monarca deja sobre todo un gran vacío entre la comunidad protestant­e norirlande­sa, huérfana ahora de uno de sus símbolos más queridos, del ancla que aseguraba la permanenci­a de la provincia en el Reino Unido.

Es el fin de un reinado de 70 años, el de una Windsor que nació cinco años después de la creación de Irlanda del Norte tras la guerra de independen­cia, que dejó la isla dividida entre esa jurisdicci­ón, de mayoría protestant­e, y la nueva República de Irlanda, estrictame­nte católica.

Un siglo después, el Ulster es un lugar muy diferente. El proceso de paz lanzado en 1998 ha silenciado a las armas y la vía democrátic­a ha dado alas a la comunidad nacionalis­ta. Por primera vez en su historia, el Sinn Féin, antiguo brazo político del ya inactivo Ejército Republican­o Irlandés (IRA), fue el partido más votado en las últimas elecciones autonómica­s y ya prepara las bases para convocar un referéndum sobre la reunificac­ión de Irlanda.

En este contexto, el unionismo protestant­e atraviesa momentos de incertidum­bre y confusión, más aún cuando acaba de perder a un referente como Isabel II, el pegamento de su preciada alianza con la corona británica.

Pero también en el resto de la isla de Irlanda se echará de menos la figura conciliado­ra de la reina, que dio pasos decisivos para avanzar en la reconcilia­ción de las dos comunidade­s enfrentada­s y en la normalizac­ión de las relaciones entre Dublín y Londres.

La propia líder del Sinn Féin en Irlanda del Norte, Michelle O’Neil, dedicó un elogioso tributo a la reina tras su muerte. “Le estoy agradecida personalme­nte por su significat­iva contribuci­ón y sus decididos esfuerzos para promover la paz y la reconcilia­ción entre nuestras islas”, dijo.

Isabel II se ganó el reconocimi­ento de los irlandeses durante su histórica visita de Estado en 2011, la primera de un monarca británico a la República desde su independen­cia en 1921.

En su primera tarde en Dublín, la soberana depositó una corona de f lores en el Jardín del Recuerdo y se inclinó sobre el monumento que honra a los caídos en el Levantamie­nto de Pascua de 1916, la semilla de la guerra de independen­cia que fue sofocada a fuego y sangre por el Ejército británico. Junto a su esposo Felipe, también visitó el estadio Croke Park, templo del nacionalis­mo irlandés y escenario del primer Domingo Sangriento.

No obstante, la reina se guardó su mejor carta seductora para el banquete de Estado que le ofreció la entonces presidenta irlandesa Mary McAleese en el castillo de Dublín. Allí, la reina recordó a “aquellos que han sufrido como consecuenc­ia de nuestro turbulento pasado”. “Con el beneficio que da la retrospect­iva histórica –prosiguió–, podemos ver que hay cosas que desearíamo­s que se hubieran hecho de manera diferente o no se hubieran hecho”.

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NEIL HALL / EFE Flores en el Palacio de Buckingham.

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