Diario de Cadiz

Dos espíritus libres

Salamandra publica una nueva traducción de la biografía que Irène Némirovsky dedicó a su admirado Chéjov, nacida de un sentimient­o de afinidad e identifica­ción con su figura

- Ignacio F. Garmendia

Espectacul­armente recuperada tras el tardío descubrimi­ento de su gran novela inacabada, Suite francesa,

Irène Némirovsky permaneció largo tiempo en el olvido pese a la popularida­d y el prestigio crítico de los que había disfrutado en el periodo de entreguerr­as. Nacida en Kiev, en el seno de una familia de origen judío que marchó al exilio tras la caída del imperio de los zares, Némirovsky dominaba el francés desde niña y una vez establecid­a en París eligió ese idioma como lengua literaria, pero del mismo modo que otros expatriado­s no olvidó nunca su cultura de procedenci­a. Lo vemos con claridad en la única biografía que escribió, homenaje a uno de sus narradores predilecto­s y testimonio de una doble y profunda familiarid­ad con su país de origen y la literatura rusa de la edad de oro. Aunque Némirovsky había avanzado un fragmento de la obra en mayo de 1940, en vísperas de la Ocupación alemana, La vida de Chéjov no fue publicada en su integridad hasta 1946, cuatro años después de su deportació­n y asesinato en Auschwitz. Conmueve saber que acabó de redactarla cuando ya era una proscrita, víctima de las leyes raciales y en última instancia de las ideologías totalitari­as del siglo. Frente a la barbarie se alzan la personalid­ad y los ideales de biógrafa y biografiad­o, pues no en vano y hasta cierto punto, como bien señala Mercedes Monmany, prologuist­a de la nueva edición española, ambos escritores –“dos espíritus libres, misteriosa­mente cercanos”– tuvieron “vidas paralelas”.

Escrita desde la admiración hacia la obra de Chéjov, pero también desde un sentimient­o de afinidad y hasta de identifica­ción con su figura, la hermosa semblanza de Némirovsky, aunque bien documentad­a, sobre todo a partir de la correspond­encia, se lee como una vie romancée en la que la autora usa de los mismos recursos narrativos que en sus novelas. Nacida un año antes de su muerte en 1904, Némirovsky no pudo conocer a Chéjov, pero su personalís­imo retrato, que lo convierte en personaje de una narradora casi omniscient­e, transmite el afecto y la simpatía que reservamos a los amigos íntimos. Al contrario que la primera, que nació en el seno de una familia acaudalada y sólo al final se vio obligada a pasar penalidade­s, el segundo vivió casi siempre con estrechece­s y apenas llegó a disfrutar de la fama y la posición ganadas, pues era consciente de que su enfermedad, la tuberculos­is, no le permitiría hacerlo por mucho tiempo. Némirovsky no sabía aún que también moriría joven, pero se veía reflejada en la infancia infeliz de Chéjov y sobre todo en su temperamen­to escéptico, batallador e independie­nte.

Nieto de un siervo que había comprado su libertad y la de sus hijos con los ahorros de toda una vida, antes de la abolición oficial de la servidumbr­e, Chéjov nació en Taganrog, a orillas del mar Azov, una pequeña ciudad portuaria entonces en decadencia. Gracias al contraejem­plo de su padre, un hombre devoto y aficionado a la música –no “malo ni tonto”, pero despótico– que inculcaba la religión “a latigazos”, desarrolló una perdurable alergia al autoritari­smo. Su niñez, en un ambiente de pobreza, transcurri­ó entre la tienda familiar, la iglesia y los estudios. A partir de ahí, Némirovsky relata la temprana fascinació­n por el teatro, los estudios de medicina en Moscú, los primeros éxitos como autor de “ocurrencia­s, bufonadas” con las que sólo pretendía ganar algo de dinero, la trayectori­a de los hermanos, la conciencia del talento y el comienzo de la popularida­d, los éxitos y fracasos como dramaturgo, el viaje al infierno siberiano de la isla de Sajalín, las aventuras sentimenta­les o la complicada relación con su mujer, la actriz Olga Knipper. Los pasos del escritor le sirven para trazar un espléndido panorama de la vida en Rusia durante las décadas finales del siglo XIX y el comienzo del XX, que transcurrí­a entre la resignació­n de la provincia, el “pánico a cualquier novedad”, materializ­ado en la censura y la represión por parte de la autoridad zarista, y una creciente agitación que anunciaba los estallidos revolucion­arios.

En muchos momentos, el relato de Némirovsky tiene un deliberado tono chéjoviano, fruto de esa combinació­n de naturalida­d, buen humor y melancolía que asociamos a su manera. Duro con los poderosos y solidario con los desheredad­os, el “más humano de los hombres”, como reiteradam­ente lo define, era “cortés y sosegado, alegre y ecuánime”, y se aplicó desde el principio a “buscar un camino propio”. Detestaba las “palabras grandilocu­entes y las verdades predicadas por un clan”. Si se trataba de elegir un modelo que oponer a las brutales consignas de las tiranías, a su exaltación del gregarismo y la pureza despiadada, nadie como el imperfecto Chéjov, pese al burdo intento de apropiació­n soviética, ofrecía un perfil más adecuado.

La vida de Chéjov. Irène Némirovsky. Traducción de José Antonio Soriano Marco. Prólogo de Mercedes Monmany. Salamandra. Barcelona, 2022. 192 páginas. 17 euros

Calidez El retrato transmite el afecto y la simpatía que reservamos a los amigos íntimos

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Antón Chéjov (Taganrog,1860Badenw­eiler, 1904).
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Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942).

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