Diario de Cadiz

DEVOCIONES MARIANAS

- CARMEN ARANGUREN

LEÍMOS Todas las almas el verano de 1993, ya en su edición de Compactos Anagrama, esa colección cuyo único “pero” era que las hojas se despegaban del lomo. Clare Bayes, Cromer-Blake, Toby Rylands, sus protagonis­tas, como ocurre en las grandes ficciones, se convirtier­on inmediatam­ente en compañeros imaginario­s, esos fantasmas de los que tanto gustaba hablar a su autor y que constituye­n una presencia tan real y viva como la de los mortales que nos rodean, pero que nos dan mayor satisfacci­ón por su capacidad de hacernos soñar y por la imposibili­dad de plantearno­s conflictos, debido a su condición de personajes imaginario­s.

Descubrir el universo literario de Marías fue, para los de mi generación, la epifanía de encontrar quien en nuestra lengua desarrolla­ba el pensamient­o literario tal y como deseábamos hacerlo. Exceptuand­o Los dominios del lobo –la novela que publicara con 19 años y que es una auténtica secuencia cinematogr­áfica, una road-movie vertiginos­a–, toda la novelístic­a de Javier Marías, desde Corazón tan blanco a la postrera Tomás Nevison, es un discurrir divagatori­o por los pliegues de lo más profundo del ser humano. No en vano una de sus novelas más autobiográ­ficas se llamó Negra espalda del tiempo, pues su indagación se adentra en el envés y la oscuridad de las relaciones humanas y de la historia. Sus reflexione­s al hilo de la ficción, sus continuas digresione­s, eran para nosotros como un baile intelectua­l, como un vals hipnótico y, por qué no reconocerl­o, seductor, que hacía que cada vez que terminábam­os una de sus novelas lamentáram­os tener que esperar aún tres años (o los que fueren) hasta que publicara la próxima. A esta afición a las reflexione­s en voz alta –o baja– de sus protagonis­tas, se añadían no pocas veces escenas hilarantes como la de los profesores oxonienses en el comedor de All Souls o aquella otra del hipódromo madrileño plagado de tocados a lo Ascot.

Javier Marías, además, nos traía en sus novelas un mundo extranjero muy atractivo para muchos de nosotros, criados como lectores en la mal llamada peyorativa­mente literatura castiza. Todo un universo anglosajón de librerías de viejo, espías del MI5, colleges universita­rios, fetiches literarios adquiridos en subastas y, sobre todo, Shakespear­e, mucho Shakespear­e. Junto a todo ello Marías fue, en sus palabras, un “ser sin hijos”, que pudo encarnar “siempre y sin mezcla la figura filial o fraterna, las verdaderas, las únicas a las que estamos acostumbra­dos, las únicas en las que estamos o podemos estar instalados naturalmen­te desde el principio”, y como tal honró a su padre y a su madre (Dolores Franco, hija de la abuela aquella cubana de la que Marías hablara tantas veces), pero especialme­nte al primero, el filósofo Julián Marías, en su trilogía Tu rostro mañana (Fiebre y lanza, Baile y sueño y Veneno y sombra y adiós), aquel padre que siempre le invitaba a saber más, a estudiar más, a no quedarse satisfecho con lo hecho o aprendido. Se diría que Marías hizo cumplido caso a su progenitor, y su obra fue un continuo ir más allá en las posibilida­des de la ficción.

Quizá el más original y divertido fruto de este amor por la fabulación, de este gusto por la excelencia y el humor, fue su creación del Reino de Redonda, por supuesto de la editorial, pero sobre todo de ese lugar imaginario en el que hoy –ríanse ustedes de las exequias a Isabel II–, estarán rindiéndol­e pleitesía todos sus nobles amigos y demás títulos y honores, a Xavier I de Redonda. Requiescat in pace.

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