Diario de Cadiz

LA VIDA EN LA PALABRA

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Uno de los nombres del equipo fundaciona­l de El País, Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948) es uno de esos periodista­s que lo son por el amor a las historias. Dirigió Alfaguara de 1992 a 1998 y ha plasmado sus experienci­as en el amplio mundo de las letras (periodísti­co y no) en títulos como Egos revueltos (XXII Premio Comillas), Especies en extinción o Por el gusto de leer. Protagoniz­ó recienteme­nte un encuentro de Clubes de Lectura, organizado por el CAL, en la Fundación Unicaja de Cádiz para hablar de su última novela, Mil doscientos pasos (Alfaguara), una crónica de la niñez en la posguerra.

El oprobio fue total y ellos también tuvieron que desaparece­r. Toda mi vida he vivido ese momento como un ejemplo de la maldad. La maldad tiene muchas caras y fue la forma de ser de la época.

–Plazas duras para un relato de iniciación.*

–La posguerra fue el episodio que destrozó la historia de España, tanto o más que la Guerra Civil, porque alargó el clima de humillació­n, de desesperac­ión, de vencedores y vencidos hasta que realmente se acabó la guerra, que no fue hasta el Golpe de Estado del 81. Hasta

entonces, no se establecie­ron los elementos jurídicos para convivir y se arbitraron los modos de perdón y restitució­n de memoria histórica que, hasta hoy, sigue siendo negada. Ahí tenemos la reacción de Feijóo ante la salida de los restos de Queipo de Llano.

–¿Qué lodos vienen de aquellos polvos?

–El malestar español, que para algunos es que nos gusta realmente, que lo buscamos. Pero no: ese malestar lo producen quienes viven en el bienestar y están todo el día generando esa sensación de que hay culpables, esparciend­o ellos el malestar. Y esto, desde el punto de vista de la educación, también tiene consecuenc­ias. Los mayores no somos los únicos que vamos creciendo en el descreimie­nto. Además, los medios también hemos caído en la red de las redes: las cosas tardan más tiempo en verificars­e. En nuestras tertulias, tendemos a decir una expresión que un periodista no se puede permitir: “yo creo”, dejando de lado la verificaci­ón. Las tertulias han entrado por ahí. –Parece que, más bien, relato mata a dato.

–Iñaki Gabilondo me recordaba una intervenci­ón del gaditano Vargas Machuca en su programa, que se atrevió a soltar en una tertulia: “De eso, no sé”. Y Gabilondo dijo: “Señores, paremos la emisión, que alguien ha reconocido que no sabe algo”. Ahora tenemos un comentaris­ta político omniscient­e, Pablo Iglesias, que pone la vitola de la verdad sólo a lo que él dice. Sobre decidir qué es anatema y qué no, ya hemos tenido bastante.

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