LA LEY NUESTRA DE CADA AÑO
● Mientras los concursos de acreedores se ceban con bares y restaurantes la gente se resiste a quedarse en casa
gran mesura, a pesar de cómo la pandemia nos ha metido en cintura. Por ejemplo, a los bares, cafeterías y restaurantes, después del gran daño del confinamiento, se les abrió una puerta de conveniencia mediante el imperio de la reserva, que les permitía ordenar y hacer más eficientes y eficaces sus procesos de producción y servicio. Los clientes entramos por esa vereda con los ojos de la fe en el disfrute del comer y el beber, tan inquebrantable incluso a unas malas. Bajando la pelota al piso de los usos de los agentes microeconómicos (empresas, familias, individuos), son los negocios de hostelería los más azotados por las sucesivas oleadas de crisis: financieras, pandemia, guerra. De hecho, las peticiones de concurso de acreedores –antes, suspensiones de pagos y quiebras—no cesan y son las más en este sector. Limitadas en tecnología o exportación, los costes de producción se han cebado en sus inputs, y su tamaño medio –pequeño– no permite refinanciaciones sucesivas más allá de un par de intentos. Muchos empleados de este sector
La hostelería es una víctima propicia por su debilidad ante los desmanes de los precios
ancla a unas malas, pero que crea un empleo coyuntural y muy asociado al turismo rápidamente, verán sus salarios desparecer si la inflación no se modera en aquellos aprovisionamientos y suministros que los flagelan con crueldad: pan, cerveza y vino, fruta y verdura, carne y pescado... electricidad y gas sobre todo. Mientras, en cualquier pueblo, ciudad de provincia o capital, la gente de a pie –incluso la que no puede caminar bien– se resiste a claudicar y prescindir de los pequeños placeres, los en verdad vitales para llevar una existencia grata. Curiosas contradicciones que hacen que una demanda bien dispuesta, incluso sin gran poder adquisitivo, puede verse no satisfecha por la oferta, que mengua y se descasta por una guerra lejana.
Mientras que el azote prometido llega a nuestras vidas, que no falten desayunos al sol de un otoño perezosos ya casi a media mañana, servidos por camareros diligentes que, bien mirado, son un sucedáneo de los psicólogos. Sin desmerecer, no sucedáneo: sustitutivo al alcance de todos los bolsillos.