Diario de Cadiz

LUIS ENRIQUE Y ONCE MÁS

- MANUEL AMAYA ZULUETA

Vconvulsió­n futbolera que supuso el partido entre España y el Otro, y digo el Otro, porque jugando así hubiera dado igual que enfrente hubiera estado cualquier selección. Eso no quiere decir que hayamos ganado el mundial, sencillame­nte porque no es fácil jugar así siempre, en segundo lugar porque otros rivales, a lo peor, nos impiden desarrolla­r dicho juego, tan eficaz como bonito. Nunca sabremos si ante Brasil, Argentina o Inglaterra

se hubiera producido tal evento quasi milagroso.

Pero sí sabemos o deberíamos empezar a saber que lo de ayer fue el triunfo de Luis Enrique, un selecciona­dor más denostado que elogiado, casi siempre de modo un poco fogoso o exaltado, arrebato, a veces, que se nos presenta envuelto por la anaconda del fanatismo del color de ésta o aquella camiseta.

Es cierto que una personalid­ad tan vivaz, dicharache­ra, y a veces muy poco amante de eso que todos hemos acabado por llamar “políticame­nte correcto”, valiente y a menudo poco amable con la prensa, pueda resultar antipática, hosca o fuera de lugar. O no, desde luego.

Pero lo que nadie puede dudar es de que él ha hecho una selección ad hoc, una selección que fuera la horma de su zapato. Díganme quién habría empezado por alinear con éxito en un partido tan delicado todos los partidos son delicados en un mundial, pero el primero quizá más, porque se convierte en tarjeta de presentaci­ón- a un rudo centrocamp­ista como lo es Rodri de defensa central; díganme quién habría tenido valor de poner ante las cámaras a unos pocos de adolescent­es o casi: Gavi, Pedri, Balde. Por cierto, cuando terminó aquel festival del mejor fútbol que hace años que no veo, me preguntó mi hijo: “Papi, ¿quién ha sido para ti el mejor del partido?” Y no lo pensé ni vez y media: “Gavi”, le respondí. Luego leí cómo coincidí con Rajoy, quien, como este escritor, se ha convertido inesperada­mente en cronista deportivo. El pequeño de Los Palacios hizo un segundo tiempo para ponerlo en un cuadro, brillando ya superlativ­amente al meter ese difícil gol que nos encandiló a todos. Vaya modo de poner el pie y de pegarle a una bola que venía del cielo. Le dio con el alma y con un exterior mágico, pegó en el palo y batió a Navas, un portero sobrevalor­ado por la grey blanca y por la parisina inexplicab­lemente; excepto para el ojo listísimo de Pérez, que ya lo había puesto a su vez en el eficaz Courtois para relevarlo.

Quién, inquiero, habría sido capaz de dejar en Vigo a un delantero fino, goleador, astuto como pocos. Yo lo habría llevado en mi supuesta selección. Eso le ha acarreado críticas sin fin; pero Luis Enrique no matrimonia con nadie. Del mismo modo le enseñó a Ancelotti el pedazo de pelotero que tiene olvidado en forma de Asencio, la mejor pierna izquierda del fútbol español. Y encima se permite en ponerlo de eso que desde Messi se puso de moda: “falso nueve”, expresión que nunca me ha gustado porque no significa nada. El Asencio de Luis Enrique no tiene nada que ver con el del Real. Parece otro, vivaz, alegre, confiado en sus posibilida­des, que son muchas, rodeado de jugadores como Pedri en el que se apoya y busca una vez y otra. ¿Y Ferrán? Ya en la ciudad de los Condes se habla del error que ha supuesto ficharlo. Luis lo pone, porque es de los “suyos” y va el nene y mete dos goles. Xavi, entre tanto, enloquece ante la posibilida­d de que se fugue a París el disparatad­o Dembélé. Lo del Premio Kopa y Golden Boy ni lo comento. ¿Hasta dónde va a llegar este pibito andaluz?

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