LUIS ENRIQUE Y ONCE MÁS
Vconvulsión futbolera que supuso el partido entre España y el Otro, y digo el Otro, porque jugando así hubiera dado igual que enfrente hubiera estado cualquier selección. Eso no quiere decir que hayamos ganado el mundial, sencillamente porque no es fácil jugar así siempre, en segundo lugar porque otros rivales, a lo peor, nos impiden desarrollar dicho juego, tan eficaz como bonito. Nunca sabremos si ante Brasil, Argentina o Inglaterra
se hubiera producido tal evento quasi milagroso.
Pero sí sabemos o deberíamos empezar a saber que lo de ayer fue el triunfo de Luis Enrique, un seleccionador más denostado que elogiado, casi siempre de modo un poco fogoso o exaltado, arrebato, a veces, que se nos presenta envuelto por la anaconda del fanatismo del color de ésta o aquella camiseta.
Es cierto que una personalidad tan vivaz, dicharachera, y a veces muy poco amante de eso que todos hemos acabado por llamar “políticamente correcto”, valiente y a menudo poco amable con la prensa, pueda resultar antipática, hosca o fuera de lugar. O no, desde luego.
Pero lo que nadie puede dudar es de que él ha hecho una selección ad hoc, una selección que fuera la horma de su zapato. Díganme quién habría empezado por alinear con éxito en un partido tan delicado todos los partidos son delicados en un mundial, pero el primero quizá más, porque se convierte en tarjeta de presentación- a un rudo centrocampista como lo es Rodri de defensa central; díganme quién habría tenido valor de poner ante las cámaras a unos pocos de adolescentes o casi: Gavi, Pedri, Balde. Por cierto, cuando terminó aquel festival del mejor fútbol que hace años que no veo, me preguntó mi hijo: “Papi, ¿quién ha sido para ti el mejor del partido?” Y no lo pensé ni vez y media: “Gavi”, le respondí. Luego leí cómo coincidí con Rajoy, quien, como este escritor, se ha convertido inesperadamente en cronista deportivo. El pequeño de Los Palacios hizo un segundo tiempo para ponerlo en un cuadro, brillando ya superlativamente al meter ese difícil gol que nos encandiló a todos. Vaya modo de poner el pie y de pegarle a una bola que venía del cielo. Le dio con el alma y con un exterior mágico, pegó en el palo y batió a Navas, un portero sobrevalorado por la grey blanca y por la parisina inexplicablemente; excepto para el ojo listísimo de Pérez, que ya lo había puesto a su vez en el eficaz Courtois para relevarlo.
Quién, inquiero, habría sido capaz de dejar en Vigo a un delantero fino, goleador, astuto como pocos. Yo lo habría llevado en mi supuesta selección. Eso le ha acarreado críticas sin fin; pero Luis Enrique no matrimonia con nadie. Del mismo modo le enseñó a Ancelotti el pedazo de pelotero que tiene olvidado en forma de Asencio, la mejor pierna izquierda del fútbol español. Y encima se permite en ponerlo de eso que desde Messi se puso de moda: “falso nueve”, expresión que nunca me ha gustado porque no significa nada. El Asencio de Luis Enrique no tiene nada que ver con el del Real. Parece otro, vivaz, alegre, confiado en sus posibilidades, que son muchas, rodeado de jugadores como Pedri en el que se apoya y busca una vez y otra. ¿Y Ferrán? Ya en la ciudad de los Condes se habla del error que ha supuesto ficharlo. Luis lo pone, porque es de los “suyos” y va el nene y mete dos goles. Xavi, entre tanto, enloquece ante la posibilidad de que se fugue a París el disparatado Dembélé. Lo del Premio Kopa y Golden Boy ni lo comento. ¿Hasta dónde va a llegar este pibito andaluz?