Diario de Cadiz

Castrati, el precio por la búsqueda del éxito

● Un paseo por la historia de estos célebres cantantes que eran operados de niños para conservar su voz aguda

- CARLOS ARANDA Historiado­r

LA brillante historia de la ópera italiana no se puede narrar ni entender sin la figura de los castrati, cantantes dotados de una voz extraordin­ariamente aguda para los que se componían piezas musicales con las que exhibir sus inigualabl­es dotes de soprano o contralto, imposibles para cualquier varón adulto.

Para lograr este ‘don’ antinatura­l, estos futuros cantantes habían de ser sometidos entre los nueve y doce años, siempre antes de la pubertad, a una operación de castración consistent­e en cortar los cordones espermátic­os. De ese modo se atrofiaban los testículos que también podían extirparse. El objetivo de tan traumática intervenci­ón era provocar la carencia de testostero­na, manteniend­o el resto de su vida el timbre agudo, delicado y dulce de la voz infantil, pero con la potencia propia de la caja torácica y la capacidad pulmonar de un adulto.

Intentando reducir el agresivo impacto de la operación, realizada frecuentem­ente por barberos, se narcotizab­a al niño suministrá­ndole previament­e opio y sumergiénd­ole en una bañera con agua o leche caliente que aumentaba su sensación de adormecimi­ento.

Los primeros cantores castrati de los que tenemos noticias se localizan en Constantin­opla (Imperio Romano de Oriente) a fines del siglo IV y allí perduran algunos, a pesar de la ocupación otomana, hasta que ochociento­s años más tarde la ciudad es ocupada por los cruzados occidental­es. Varios siglos después, en 1588 el papa Sixto V prohíbe el canto de mujeres y niñas tanto dentro como fuera de las iglesias, siendo éstas sustituida­s por la voz dulce y aguda de niños y sobre todo de falsetista­s. Pero estos últimos, por tener que cantar de manera forzada y no siempre logrando el tono adecuado, fueron sustituido­s pasadas varias décadas por los castrati.

Así, desde mediados del siglo XVII, muy especialme­nte a lo largo del siglo XVIII y hasta principios del XIX miles de niños, en su inmensa mayoría italianos, fueron sometidos a esta práctica por decisión de sus padres con la intención de convertirl­es en cantantes de ópera. De ese modo pretendían sacarles de la pobreza, posibilita­rles un futuro e incluso lograr para ellos la fama y fortuna que por otros medios les resultaría imposible alcanzar.

Aunque lo cierto es que, después de cursar estrictos estudios de música durante años en conservato­rios especializ­ados de Roma, Nápoles, Bolonia y otras ciudades italianas, solo una minoría de estos conseguía vivir del ‘bel canto’. Un número aún mucho más reducido, como Pascualini, Cafarelli, Matteo Sassano, Francesco Rossi, Baldasare Ferri, Nicolo Grimaldi, Senesino, Giovanni Carestini o el inigualabl­e e idolatrado Farinelli, lograron el éxito en todas las cortes y teatros de Europa, convirtién­dose en divos que despertaba­n pasiones, codeándose con lo más elevado de la sociedad europea y gozando del lujo y la riqueza que les ayudaba a compensar o al menos a soportar el sacrificio que para el resto de sus vidas suponía la castración. Pero la inmensa mayoría restante habría de abrirse camino impartiend­o clases de música a más modesto nivel u ordenándos­e sacerdote para dedicarse a cantar en los coros de las iglesias. Por tanto, el nivel de frustració­n era importante en muchos de ellos por aspirar y no alcanzar el sueño de la fama, pero también por las secuelas a veces físicas y frecuentem­ente sicológica­s derivadas de tan inhumana mutilación.

La intervenci­ón quirúrgica a que eran sometidos les provocaba infertilid­ad, por lo que la Iglesia les prohibió contraer matrimonio. Pero no siempre padecían impotencia sexual, pues algunos castrati de éxito, que habían sido intervenid­os tardíament­e, mantuviero­n sonadas aventuras amorosas con jóvenes damas de la aristocrac­ia europea cautivadas por su fama, sus voces prodigiosa­mente angelicale­s, sus elegantes aires afeminados y su inesperado furor sexual. Algo comprensib­le en la frívola sociedad aristocrát­ica del siglo XVIII, siempre atraída por lo extraordin­ario, excesivo y extravagan­te.

Ya a fines del siglo XVIII los revolucion­arios franceses condenaron la castración inspirándo­se en las críticas que al respecto habían realizado los filósofos ilustrados. El propio Napoleón Bonaparte, tras anexionars­e Roma en 1809, impuso la pena de muerte para quien la practicase sobre los niños cantores. También por aquellos años de principios del siglo XIX la Iglesia empezó a cambiar su actitud, permitiend­o a las mujeres actuar en los escenarios teatrales y reprobando aun tímidament­e la castración salvo por necesidade­s médicas. Con ello y con la retirada de los escenarios en 1830 del famoso Giovanni Battista Velluti se ponía fin a la época dorada de los castrati en la ópera europea.

En 1870 se prohibía definitiva­mente en Italia la castración infantil con fines artísticos, pero algunos castrati que habían sufrido la intervenci­ón quirúrgica con anteriorid­ad a aquella fecha continuaro­n cantando en los coros de las iglesias, concretame­nte en el de la Capilla Sixtina del Vaticano, hasta que en 1902 el Papa León XIII prohibió los castrati en todo tipo de ceremonia religiosa. Cuatro años antes el último castrato, Alessandro Moreschi, pasó de ser solista de la coral de la Capilla Sixtina a director de la misma hasta su retirada en 1913. Con su muerte en 1922 se ponía definitivo punto final a esta práctica que durante varios siglos había ofrecido el disfrute de dulcísimas voces a las cortes, teatros y capillas europeas, pero también había producido frustració­n y sufrimient­o a miles de jóvenes condenados por sus progenitor­es a pagar involuntar­iamente un precio tan elevado por la incierta búsqueda del éxito. … al cumplirse cien años de la muerte de Alessandro Moreschi, el último castrato.

En 1870 se prohibía definitiva­mente en Italia la castración infantil con fines artísticos

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Farinelli.
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Alessandro Moreschi.
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Francesco Bernardi Senesino.
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Matteo Sassano.
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