Diario de Cadiz

DUARTE PROFETA

- MANOLO FOSSATI

Ya se sabe que la otra forma, más culta pero puede que peor sonante, de referirse a los poetas es la de llamarles ‘vates’, aquellas personas que hacen vaticinios. O sea, un profeta o al menos adivinador del futuro. De Rafael Duarte podemos afirmar que en su misma apariencia ya tiene hechuras de eso, pero no es lo importante: lo importante es que sabe ejercer. Y a ello se ha dedicado en su nuevo libro, por título Fin que será presentado pasado mañana.

El poemario va de la muerte, asunto capital en la vida según dicen todos los expertos en esta confusa materia, en dura competenci­a con el amor. Vale que profetizar que nos vamos a morir es lo más fácil del mundo, pero el reto es vaticinar cómo va a ocurrir, qué va a ser esa última y definitiva (o no) ocasión, esa suerte de no experienci­a de algo que nadie ha vivido, o más bien muerto, para contar. Duarte se aplica con afán a ello y lo hace con una profunda sencillez de formas, preguntánd­ose pero también inquiriénd­onos a sus lectores, a la propia vida, al cuerpo, al alma, al mismo supremo Dios sobre cómo será algo que unos consideran trascenden­tal trance y otros un simple final.

Claro que un profeta daría un pésimo ejemplo de sus dones si se limitase a preguntar. Lo que le exigimos es que dé respuestas. Las de Rafael Duarte son de las que te dejarían serena el alma, en el caso de que esta existiera. Proclama el poeta, o así me ha parecido verlo, que lo que sobrevendr­á será una gran calma, quizá la vasta serenidad del vacío o de un mar sin viento, una deriva, a lo mejor un pairo lenitivo ya sin ese cuerpo que supo tan bien flotar incluso contra corriente, pero que a la postre se revela pesado de arrastrar.

Creo que no es un libro sobre la inutilidad de la vida, y sí puede serlo sobre el excesivo tamaño terrorífic­o que le otorgamos en nuestras preocupaci­ones a la de la muerte. No es gratuito el poema humorístic­o que, a modo de pórtico que se agradece, coloca el autor en esta su obra desfalleci­da, esa imagen que compara el deceso con un funcionari­o que, cuando te presentas ante él, nunca te dice “vuelva usted mañana”. Gracias, profeta.

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