Diario de Cadiz

NO BAJA TODO LO QUE SUBE

- TACHO RUFINO @TachoRufin­o

SE ha interpreta­do que Gertrude Stein hizo verso del principio de identidad –“A es A”– con “una rosa es una rosa es una rosa”: las cosas son lo que son, no te frustres; no lo pienses dos veces, está bien. Planta con peor prensa, “un cardo es un cardo”. Y al así también llamado “abrojo” lo rige otra ley que, bastante más discutible que la de identidad, es popular como buen cliché: “Todo lo que sube, baja”. Feote, el cardo crece altivo y largo, hasta quebrarse y hacer de su pasto mal abono, por otra ley que sí es inexorable y que está detrás de la anterior:

Ahora las neveras y las dietas metamorfos­ean por el encarecimi­ento desde que Rusia invadió Ucrania

“... cuanto más alto subas, más alta será la caída”. Es un refrán con alma de envidia: “Míralo, quién se creerá que es; al tiempo, ja”. Suele valer para las cotizacion­es rampantes en bolsa, para los trepas profesiona­les y para muchas otras evolucione­s de personas y cosas: no en vano se basa en la Ley de la Gravitació­n Universal, que, como su nombre indica, es común y sin excepción. Es muy humano atribuir carácter universal a cosas que no lo son. Pero la Regla de la Caída Inexorable cuenta con excepcione­s.

Por ejemplo, los precios se han remontado como la espuma, movidos por escaseces –las del petróleo, el gas y sus infinitas mercadería­s dependient­es–, aunque también bombeados por los infladores de sus precios de venta en proporción mayor a la subida de sus propios costes. Sucede que ciertos precios pueden ser bastante tercos una vez inf lados; no se adaptan al subir o bajar de las condicione­s que los determinan, sino que cuando suben, ahí se quedan, desafiando a Newton sin empacho (a esos lo llaman la Economía precios inelástico­s, resistente­s a volver a su amor). Es, un poner, todo lo contrario de lo que se decía con la oficina en babuchas, tras el confinamie­nto: “El teletrabaj­o ha venido para quedarse”. Y fue que no, mayormente. Ahora las neveras y las dietas metamorfos­ean por el encarecimi­ento del 16% desde que Rusia invadió Ucrania; otro asunto que “ha venido para quedarse” enquistado. Un estupendo informe de Maite Gutiérrez (La Vanguardia, anteayer) nos cuantifica la bofetada doméstica y conjetura acerca de las razones por las que los alimentos no van a abraratars­e en bastante tiempo. ¿Lo harán algún día?

Menos los niños y los veinteañer­os, todos recordamos cuando el euro –un marco alemán floreado con banderas– cambió nuestra cesta de la compra para siempre. Un café pasó de 100 calas a 165. Una subida del 65% sin anestesia y sin vuelta atrás. ¿Van a bajar los precios cuando mengüen las condicione­s

objetivas de la inflación? No se fía ya uno ni de su perro.

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