ANGOR PECTORIS
Qangustia los minutos finales del España-Alemania. Una intensa zozobra cercana a la angina de pecho o así. Dice Neymar, ese mago del balón que prefiere perder el time en francachelas y gaudeamus a consagrarse como el mejor, ahora que casi no está Messi, bueno, el zurdazo que salvó a Argentina ante Méjico, parece que va en contra del “casi” anteriormente escrito… Dice Neymar o Néymar, nunca supe cómo se pronunciaba, que, cuando juega contra él, le da miedo el rostro de Antonio Rüdiguer.
Eso nos hizo gracia a los que se lo comenté y ahí quedó la cosa. Pero cuando lo vi jugando contra nosotros, sentí lo mismo que el mago brasileño, pues nos marcó un gol de cabeza en un fuera de juego de esos que sólo los ve el VAR y se me tradujo en una pesadilla cada vez que los teutones botaban un saque de esquina o una falta lateral.
La desazón y el miedo finiquitaron cuando el trencilla de turno pitó el término del partido. Uff.
Porque a lo españoles nos sobró el último cuarto de hora, o sea, el clímax precedente al posible y temido angor pectoris. Con los tres cambios finales que hizo el seleccionador con apellido de insecticida, la batidora alemana se puso a funcionar a tope.
Para colmo, salió Alba, no sé si por lesión o agotamiento y Balde, que entró en su lugar, no parece aún bragado para emociones fuertes y entre él y el buen central que es Laporte, se nos coló un fornido alemán con aspecto de teniente de la horrenda SS y la coló arriba y por el palo contario.
Ya ahí, todos nos miramos sobrecogidos en el salón de casa y nos dijimos con la mirada: “Perdemos”.
Y es que el futbol es así. Juegas bien durante setenta y tantos minutos y todo se puede ir al garete en un cuarto de hora. Eso lo hace ser la religión tan fanática como universal en que lo hemos convertidos.
Quitando los momentos finales, España funcionó bien, engrasada, con una pareja de centrales más que aptos, con Alba como gran centrador, una media que anduvo aceptablemente hasta que el maravilloso medio centro que fue durante años Busi se agotó, Luis Enrique sacó del verde a Gavi, gesto algo enigmático, pues el bravo andaluz parece estar hecho para partidos aguerridos como éste y a Pedri empezaron a ponérseles rojas las mejillas y las orejas, datos que se traducen en un “ya no puedo más”.
En cuanto a los arriba, gustó Dani Olmo, un pelotero que aún vegeta en equipos de segundo orden inexplicablemente, que parece mentira que nadie se haya fijado nunca en él, ya que fue el único que tiró con esa leche agria que tienen los disparos a puerta de los goleadores y el toque estupendo de Morata en el gol, jugador que sólo con Luis Enrique parece funcionar.
Simeone, entérate, que tienes al único 9 español que merece la pena y que con el portuguesito podrían formar una dupla de quilates. Pero siempre preferimos a los extranjeros. Ay.