La inoportuna lluvia desluce el encendido del alumbrado navideño
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asistentes.
También poco antes de las siete y media se habían encendido ya los motivos luminosos de las calles, mientras que los exornos de la fachada del Ayuntamiento se encendían a la hora prevista, lo mismo que los árboles artificiales que se han instalado tanto en la plaza de Peral como en la plaza de España y la plaza del Castillo de San Marcos.
También se ha instalado un árbol luminoso en la Ribera de Río, junto al estribo del antiguo puente de San Alejandro y las obras del Paseo Fluvial y Pozos Dulces.
CADA mañana, el tiempo que paso en la cocina lo suelo acompañar con la radio. Entretiene e informa de los sucesos más importantes de las últimas horas.
En este recién estrenado diciembre, lluvioso por fin, solté mi café para anotar: ochenta y dos. Según unas encuestas, el ochenta y dos por ciento de los españoles no creen en los políticos. No he parado de pensar qué ocurre en este mundillo para que las ilusiones con las que, probablemente nuestros gobernantes iniciaron sus proyectos de mejora social, se estanquen para priorizar el sobresalir ante los adversarios o incluso entre los de su mismo grupo. ¿Podíamos llamar al ochenta y dos el número del desengaño?
¿Son tan cansinos los aplausos que se dan y las mejoras que intentan ofrecernos? Sin embargo, no suelen comentar cuándo o cómo las vamos a pagar. No quiero ser pesimista. Así que voy a escribir algunas sugerencias oídas acerca de cómo mejoraría la política reduciendo gastos excesivos.
Cuántas veces hemos oído si no sería preferible que, como ocurre en otros países, se redujera el número de partidos gobernantes. Una vez realizadas las elecciones, que los dos o tres partidos ganadores fueran los responsables de gobernar. Habría un considerable descenso de sueldos. O por qué, para asegurar el futuro de los hijos de las familias más vulnerables, no se les incrementan las ayudas que reciben solo y cuando sus hijos asistan diariamente a los colegios.
Algunos pedagogos sugieren que, para acabar con la situación de los NINIS (jóvenes que ni estudian ni trabajan), se les ofrezca prestaciones económicas a cambio de formación. Yo, Estado, me ocupo de ayudarte con tus gastos si, a cambio, tú asistes a lugares en donde aprendas un oficio que te haga salir del limosneo y te capacite para un trabajo digno. Dar dinero a cambio de nada solo fabrica gente desilusionada.
Y ya que expongo opiniones, les trasmito la frase de un taxista, entrado en años: “Antes no se podía hablar. Ahora hablamos, pero da igual porque no nos oyen”. Creo que debe de hacernos recapacitar.
¿Tendrá razón? Espero que no. A ver si nos oyen.