Diario de Cadiz

EL SÍNDROME TER STEGEN

- MANUEL AMAYA ZULUETA

Cuno era niño, los porteros llevaban gorrilla, espiniller­as, coderas y gruesos jerséis de lana, a veces hechos de punto por sus mismas abuelas. Cedrún, que jugó cierto tiempo en el Glorioso, me lo confesó tomando café en La Camelia de la calle Ancha. Vamos, que la madre de Carmelo, el gran portero del Bilbao, le confeccion­aba con amor de abuela, aquellos verdes jerséis que lucía en Carranza. Cuando yo era adolescent­e, joven, se fueron despojando de las espiniller­as, de las coderas y, desde luego, de la antiestéti­ca gorrilla que evitaba al traidor Sol. Todos paraban o blocaban, como se decía en la prensa y en Radio Cádiz. O hacían un plongeon, galicismo hoy desapareci­do. El undécimo mandamient­o obligaba siempre, siempre, a quedarse con el balón y jamás dejarlo al albur de un borceguí enemigo. Y si un portero despejaba era de puños y la mandaba, por ejemplo, Iríbar, hasta medio campo, con lo cual el peligro estaba zanjado. Los señores mayores afirmaban con cierto desprecio en el Casino Gaditano (qué pena que esté en las condicione­s en que se halla): “Ese es, un portero mediocre, porque nunca se queda con el balón”.

Pero los tiempos cambian y las cosas evoluciona­n; unas para peor y otras para mejor. Y cuando apareció Johan por el vestuario del F.C Barcelona comenzó a obligar a sus porteros a jugar el balón tocado desde su propia área, de ahí su preferenci­a por Busquets, el padre del actual y ya maduro medio centro. No paraba más que el portero de Sexto A del Columela, pero jugaba sí o sí. Cuando escribo sí o sí nadie debe pensar que duplico a la señora Montero, doña Irene, la de la nueva creación del género gramatical en español, no, nada de eso. Una ministra de España se debe todo el respeto de todos los habitantes de la piel de toro. Tampoco piensen los sanfrancis­canitos de turno que hago ensalzamie­nto de la gloriosa fiesta nacional, no, líbreme Dios de caer en pecado de animaliste­ría.

Andando los lustros, un día apareció por las Ramblas, Andrés Ter Stegen, un chico alemán que consiguió realizar a la perfección el sueño frustrado de Cruyff. El joven tenía un exquisito toque de balón; tanto que hizo exclamar un día al más grande: “Toca el balón mejor que yo”, evidente exageració­n que, sin embargo, no residía muy lejos de la realidad.

Y así, desde ese momento, todos, pero todos los guardaport­erías del planeta intentaría­n tocarla como Luis Suárez. No joven, el de Uruguay no, sino un gallego que conquistó el único balón de oro español. Y uno de esos porteros con el síndrome Ter Stegen jugó con el equipo nacional frente a la furiosa Japón, que empezó con un temeroso 5-4-1; pero que cuando vio que España estaba medio dormida, tiró de la “furia española” de Amberes y con la ayuda valiosa de los pies de trapo de nuestro goalkeeper, nos metió dos goles de pena.

Unai, hijo, si tú no has nacido para jugar con los pies, sino con las manos, ¿por qué cuando recibes balones comprometi­dos no pegas un patadón vizcaíno y te olvidas de emular a Ter Stegen? Porque tú, Unai, jamás serás Ter Stegen.

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