Diario de Cadiz

RENACIMIEN­TO EN BELLAS ARTES

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

ES Panofsky quien nos recuerda un hecho obvio. La palabra Renacimien­to tiene un componente lustral, religioso, porveniris­ta (Re-nacimiento), que se nos suele escapar por su robusta corpulenci­a clásica. En el Bellas Artes de Sevilla, cada día mejor y más ambiciosam­ente reformado, nos encontramo­s con una exposición, tan excelente como recoleta, en la que se recuerda la doble vía renacentis­ta, italiana y f lamenca, con la que se ornó la gran Sevilla del Quinientos, aquella que Nestor Luján llamaba, no sin razón, y recordando a Monardes y Arias Montano, la Puerta de Oro, a la que llegó, durante mucho tiempo, la novedad y el asombro, no solo dinerario, del Nuevo Mundo.

Probableme­nte, la obra de mayor relieve que atesora esta exposición sea la Virgen con

el Niño, san Roque y san Sebastián, de Bernardino Luini. Lo cual no quita para que destaquemo­s aquí dos soberbias esculturas: la Virgen del Reposo de Perrin y la Virgen de Belén de

Torrigiano, quien forma, junto a San Jerónimo, uno de los grandes tesoros del Bellas Artes (Torrigiano, como sabemos, murió en el castillo de San Jorge de Triana). Añadamos obras del gran Luis de Vargas, de la rama italiana, como la azulejería de Pisano, la custodia de Alfaro y la pintura de Pulzone, Villegas Marmolejo o el techo, ya tardío, de la casa Arguijo. De la parte norteña, sobre Cranach, Esturmio y Pedro de Campaña (aquel Peter

La obra de mayor relieve que atesora esta exposición sea la ‘Virgen con el Niño, san Roque y san Sebastián’, de Luini

Kempeler bajo cuyo Descendimi­ento se quiso enterrar Murillo), debemos señalar una cesión del Prado, La f lagelación de Alejo Fernández, cuyo linaje septentrio­nal, que hace parejas con su maravillos­a Anunciació­n del Bellas Artes, recuerda, no el ordenado aprendizaj­e geométrico de Roma, sino la inspiració­n voluntario­sa del grabado Prevedari de Bramante, que sirvió de guía sumaria de la nueva estética –la estética de la Antigüedad, que luego será el idioma natural de Trento– para muchos artistas europeos.

Hay muchas otras obras, ya en el propio museo, que pueden complement­ar este resumen, significan­te y escueto, del Arte del Renacimien­to en Sevilla, que el visitante ocioso no dejará de admirar. La más impresiona­nte, como ya se ha dicho, acaso sea el San Jerónimo de Torrigiano. También el corpulento y colorido San Sebastián de Vargas. Según Dacos, es en la predela de la Adoración de Vargas, en la catedral, donde se representa el primer nacimiento subterráne­o, por influjo del hallazgo de la Domus Aurea de Nerón. Será así, una vuelta sobre otra, como lo sagrado y lo profano se confundan en aquella sacra vetustas para alumbrar, solemnemen­te, el mundo moderno.

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