Diario de Cadiz

GROTESCA OPERETA ALEMANA

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

El golpe alemán nos recuerda que este país no solo fue el del militarism­o prusiano y el nazismo, también el de la opereta, los cabarets berlineses y el universo esperpénti­co de Grosz. Porque de opereta ha sido la cosa. Todo lo encabeza, como debe ser, un aristócrat­a de nombre apropiado: el príncipe Heinrich XIII de la Casa Reuss-Greiz que tiene un escudo muy de

lleno de cortinones rematados por una corona, leones rampantes, cascos con penacho, pájaros y otros abalorios heráldicos, más los imprescind­ibles palacios y pabellones de caza que tanto juego dan como decorados. La guinda la pone que esté emparentad­o con los Romanov –el toque Anastasia– y se sospeche que la financiado­ra de este disparate sea la Rusia de Putin, tan dada a fusiones extravagan­tes que unen lo peor de cada casa como hace el partido Nacional Bolcheviqu­e de Limónov y Dugin –asesor de Putin– fundiendo comunismo y nazismo. Un majara, vaya, como ha reconocido el jefe de la Casa Reuss-Greiz en un comunicado hecho público el pasado verano: “Me temo que el príncipe Heinrich XIII Reuss es un anciano confundido, atrapado ahora en

La mayor operación antiterror­ista en Alemania desde la Fracción del Ejército Rojo: preocupant­e y grotesco

teorías conspirati­vas erróneas. Hace catorce años que abandonó la familia por deseo propio y no ha habido contacto personal desde hace mucho tiempo”.

Este “anciano confundido” sería el nuevo Kaiser o lo que se le antojara del nuevo gobierno alemán tras el golpe en el que participar­ían una ex diputada de extrema derecha y jueza del Tribunal Regional de Berlín que sería la ministra de Justicia, algún militar retirado, un chef, una doctora, un tenor (cómo no iba a figurar un tenor en una opereta) y –atención– dos videntes como asesores (los nazis eran mucho de videntes) encabezand­o un grupo de entre 25 y 50 ultras a los que se han de sumar un par de miles de seguidores en las letrinas de las redes, que tomarían violentame­nte el poder –lógico: no me imagino al príncipe majara y su tropa presentánd­ose a unas elecciones y ganándolas como hizo su admirado Hitler–, asaltando el Parlamento, derrocando al Gobierno e instaurand­o su dictadura nostálgica tanto de cascos imperiales con plumas como de gorras negras con calaveras. Sin que falte, como en todo buen guisó alemán de extrema derecha, el antisemiti­smo. Tan preocupant­e –es la mayor operación antiterror­ista en Alemania desde los años de plomo de la Fracción del Ejército Rojo– como grotesco.

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