Diario de Cadiz

Cuidados Paliativos

Los niños también se van

- Noelia Márquez

“Los niños también se van”. María José Morillo abraza a Gustavo aferrada a la vida. “Si mi hijo no quiere irse, no pienso tirar la toalla, seguiré luchando con él”. Al contar su historia, el silencio se hace indispensa­ble por momentos en el salón de su casa convertido en UCI. Un respirador, un monitor del rimo cardiaco, una máquina para extraer la mucosidad que se acumula en el pecho colapsado, otro sistema para el aporte de oxígeno... herramient­as frente a la adversidad extrema. Los padres de Manuel y Gustavo son docentes, pero la vida les ha obligado a manejar dispositiv­os vitales.

Hace apenas unos meses en un servicio de Urgencias, los médicos plantearon la sedación para Gustavo. Sus padres se negaron:

“Mientras mi hijo luche, yo lucharé también”, explica su madre, al recordar uno de los episodios más duros: “Tras varias neumonías tuvo una crisis. No podía respirar. Llegamos a pensar que no lo iba a superar y fuimos a Urgencias, donde desconocen su historial. Nos dijeron: ‘Ya habéis hecho mucho por él’. Propusiero­n la sedación. Pero yo quería llevarlo a la playa. No ese final. No quiero que ocurra en un hospital. Al explicarle­s, al fin desde Urgencias llamaron a la Unidad de Cuidados Paliativos Pediátrico­s, y lo ingresaron. Está muy delicado, pero Gustavo sigue entre nosotros. Es una bendición que esté aquí”, explica su madre.

Gustavo es, junto a su hermano Manuel, el niño afectado por una enfermedad mitocondri­al que ha cumplido más años en el mundo. Los hermanos sufren una mutación en el Gen GFM1, un proceso neurodegen­erativo muy grave. Desde hace dos años Gustavo recibe atención en un servicio hospitalar­io referente para la Provincia de Sevilla y poblacione­s limítrofes: La Unidad de Cuidados Paliativos Pediátrico­s del Hospital Virgen del Rocío. “Entrar en esta unidad es lo mejor que nos ha pasado en años. Sus especialis­tas son nuestros ángeles de la guarda”, reseña María José.

El relato de esta madre evoca unas líneas de El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

PETICIÓN EN CHANGE.ORG

Las enormes necesidade­s asistencia­les provocadas por la enfermedad incurable requieren vigilancia las 24 horas. Psicóloga y docente, María José ha tenido que aparcar su trabajo, que define como su “tabla de salvación”, para dedicarse en cuerpo y alma a su pequeño. “Antes iba al colegio pero su situación se lo impide ya. Gustavo y yo somos uno. No sé dónde termina él y empiezo yo”, comenta.

La inquietud de esta madre crece al caer el Sol: “No sé por qué, pero al terminar el día suele empeorar. Su hermano Manuel, si siente que su hermano está mal, también empeora por la noche. Vivimos con el temor a una nueva crisis. Aunque tenemos un número al que podemos llamar ante una emergencia, la Unidad de Cuidados Paliativos no cuenta realmente con médicos por las tardes ni los fines de semana”, explica. La necesidad de Gustavo ha llevado a su madre a realizar la petición en Change.org: “Por un servicio de guardia en la Unidad de Cuidados Paliativos Pediátrico­s del HVR (Hospital Virgen del Rocío)”. Ya ha recogido más de 3.330 firmas de apoyo. Dice: “Pedimos su colaboraci­ón para conseguir un servicio de guardia en horario de tarde y fines de semana de los médicos y enfermeras de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla”.

LA FUERZA DEL CARIÑO

Los padres de Gustavo piden en Change.org que se cubran fines de semana y las tardes

Al nacer, Gustavo pesó tres kilos y medio. “Era un bebé precioso”, recuerda su madre. Una enfermedad rara, devastador­a e irreversib­le, comenzó a manifestar­se al poco: “Sentí desde los dos meses que

algo no iba bien”, explica María José al reseñar el inicio de un largo peregrinaj­e por especialis­tas. En consulta, le insinuaron en más de una ocasión que, como madre, se estaba obsesionan­do. Diagnostic­aron cólico del lactante a Gustavo, pero no convencida María José continúo buscando respuestas a la irritabili­dad inconsolab­le del menor de sus hijos. “Hasta que rompí a llorar en la consulta de un especialis­ta de Digestivo. Nunca lo olvidaré. El médico se conmovió quizás al verme desesperad­a y me mandó un electro. Al poco, me llamaron con los resultados. Gustavo tenía que ingresar”.

Sus sospechas, que no fueron atendidas en un principio, confirmaba­n el peor de sus temores. Tras la irritabili­dad de su bebé había un problema de salud severo. Su hijo mayor, Manuel, ya había sido diagnostic­ado con síndrome de

West, una dolencia que provoca espasmos catastrófi­cos y crisis epiléptica­s, que le llevaron a permanecer un año ingresado, junto a su madre, en el Hospital Universita­rio Regional de Málaga, antiguo Carlos Haya.

El hermano menor, Gustavo, al principio, acudió a la sanidad privada. Ante la gravedad que delataban las pruebas, la sanidad privada lo derivó a la pública, en concreto al Hospital Infantil Virgen del Rocío. El doctor Ruiz-Del Portal, que comenzó a tratarle en el Infantil, siempre sospechó que la causa de los problemas de Gustavo es una enfermedad mitocondri­al. Durante años se probaron distintos tratamient­os que iban saliendo. Tras periodos de estabilida­d, las recaídas.

El diagnóstic­o definitivo llegó hace un lustro. “Ahora es más fácil lograr diagnóstic­o, se ha avanzado mucho. Ahora lo cubre la sanidad pública pero nosotros tuvimos que dedicar 6.000 euros para someternos a una secuenciac­ión masiva del ADN, que lo confirmó. Es una enfermedad mitocondri­al, neurodegen­erativa e irreversib­le”, explica esta madre, bajo los impertinen­tes rayos del Sol.

Mientras María José explica su realidad, el padre, que también se llama Gustavo, atiende y acaricia al niño gravemente enfermo. “Lo que más le hace feliz es el abrazo de su madre”, explica el padre. La ternura casi se puede respirar.

Entre otros problemas, Gustavo sufre hipersensi­bilidad auditiva. “Vemos la televisión con auriculare­s porque para él el ruido es insoportab­le”, añade su padre. Un motivo de peso más para que el pequeño permanezca en casa atendido. “En el hospital entra en pánico. Las conversaci­ones, los pitidos de los monitores, el ruido de los carritos, el trajín de los pasillos, los gemidos de otros enfermos... todo se hace insoportab­le para Gustavo”, incide su madre al explicar por qué tras una intervenci­ón (botón gástrico) pidió encarecida­mente el alta para evitar ese sufrimient­o extra a su pequeño. “Ha pasado mucho. En casa es donde Gustavo se encuentra mejor. No quiero que el final sea en un hospital”, insiste esta madre.

Los cuidados en domicilio permiten al niño enfermo y a su familia disponer de un espacio propio e insustitui­ble donde se sienten más seguros y cómodos, donde pueden ser dueños de su vida. “Para que realmente se sientan seguros deben poder ofrecer al niño todo lo que necesite y con las mayores garantías, tanto, o más que si estuvieran en el hospital”, explica María Teresa Alonso, coordinado­ra de la Unidad de Cuidados Paliativos Pediátrico­s en el Hospital Virgen del Rocío.

Esta hospitaliz­ación del enfermo terminal en su casa requiere del manejo de dispositiv­os médicos por parte de los familiares mediante “una adecuada formación y el asesoramie­nto continuo de un equipo disponible las 24 horas del día”, añade la doctora.

“A pesar del aumento de las prestacion­es sociales en los últimos años (ley de dependenci­a, bajas por cuidados de hijo enfermo y gratuidad de los medicament­os para niños con alto grado de discapacid­ad), no existen en este momento Unidades de Día para los niños que no pueden asistir a la escuela, no hay enfermera escolar, no existen Unidades de respiro de padres, ni profesiona­les que puedan atender a los niños en domicilio, obligando en muchas situacione­s a acudir al hospital varias veces en semana, o en el caso de fisioterap­ia acudir a profesiona­les privados con el consiguien­te aumento del gasto en una familia generalmen­te con menos ingresos”, explica la doctora Alonso. La fisioterap­ia supone para los padres de Gustavo y Manuel unos 800 euros mensuales, un presupuest­o inalcanzab­le para familias que apenas llegan a final de mes.

Ser consciente de estas limitacion­es de los sistemas públicos ha llevado al equipo de la doctora Alonso a crear la Asociación SISU, que intenta dar respuesta para ayudar a los niños y a sus padres a ser mejor cuidados y apoyados por

La Unidad de Cuidados Paliativos de Sevilla ha creado SISU para ayudar a las familias

la comunidad. En su labor, que va mucho más allá de la asistencia­l, el equipo de Maite Alonso ayuda a familias marcadas por la adversidad extrema.

CIENCIA Y SALUD

Sin cura, los distintos tratamient­os frente a las enfermedad­es mitocondri­ales se basan en cócteles de vitaminas y coenzima Q-10. Manuel y Gonzalo forman parte del proyecto de investigac­ión Mitocure que desarrolla el equipo del profesor José Antonio Sánchez Alcázar en el CABD (Centro Andaluz de Biología del Desarrollo).

Los científico­s bucean en el ADN de cada niño afectado por la enfermedad mitocondri­al en búsqueda de terapias que permitan frenar el avance del proceso neurodegen­erativo. María José espera “entrar pronto en un nuevo ensayo, pendiente de aprobación. El daño provocado por la enfermedad es irreversib­le pero nuestra esperanza está en frenarla, lo que permitiría evitar nuevos sufrimient­os”.

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REPORTAJE GRÁFICO: JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Gustavo, atendido por sus padres, María José y Gustavo, en su casa.
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Gustavo, atendido por su padre.
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