Dame mi tiempo
El pasado 11 de abril, y con el lema este año de ‘Dame mi tiempo’, fue el Día Mundial del Parkinson, una enfermedad neurodegenerativa, que provoca síntomas motores (temblores, distonías musculares, lentitud de movimientos) y no motores (apatía, ansiedad, depresión, falta de sueño), por la pérdida de dopamina (una sustancia que generan las neuronas y que influye en el control del movimiento).
Quiero contaros mi experiencia, la de haber sido diagnosticado precozmente hace casi siete años, cuando apenas tenía 44. En mi caso (y en el de muchos), fue un alivio el poner, por fin, nombre a lo que me pasaba. Entonces inicias una carrera contra el tiempo, intentando adaptarte a los distintos tratamientos que existen para paliar los efectos de la enfermedad. Hay tratamientos agonistas, que hacen que tus neuronas sanas generen más dopamina, como ese hombre grandote de las películas de romanos, que a golpe de tan-tan, hace que los galeotes remen más rápido, o los antagonistas, que hacen que necesites producir menos cantidad para obtener los mismos resultados. También existe la l-dopa, una sustancia precursora de la dopamina, cuyos efectos al ingerirla te hacen sentir como Marty MacFly en su DeLorean, en ‘Regreso al futuro III’, cuando Doc se encargaba de introducir uno de sus energéticos leños en la caldera de su tren, molón y personalizado. Pero cada vez necesitas tomar más cantidad, y de manera más frecuente, y aparecen efectos no deseados, como las disquinesias, que son como espasmos de tus extremidades. Afortunadamente, van apareciendo herramientas más novedosas, como el HIFU (Ultrasonidos Focalizados de Alta Intensidad), que funciona igual que una lupa con los rayos del sol, friendo literalmente tus mal funcionales neuronas, o el DBS (Estimulación Cerebral Profunda), que es la fase donde yo estoy en este momento, donde te introducen unos electrodos en la zona profunda de tu cerebro, conectado a un estimulador en tu pecho, una especie de emisora de radio, una versión modernizada del hombretón del tantan del galeón romano.
Afortunadamente, durante todo este tiempo (sí, otra vez el tiempo), encuentras gente que te cuida con mimo y que te ayuda para seguir por el tortuoso camino: tus seres queridos, y también gente semejante a ti, como la que puedes encontrar en cualquier asociación de enfermos, y que te comprenden perfectamente, porque saben por lo que estás pasando.