Diario de Cadiz

La identidad no tiene precio (¿o sí...?)

- Tamara García CÁDIZ

El barrio más conocido, más cantado y más reclamado de Cádiz se ha colocado en el centro de las miradas de locales y de turistas desde sus orígenes humildes. La Viña, si acaso la quintaesen­cia del tipismo gaditano, arrastra un pasado de infravivie­nda y marginalid­ad a comienzos de la democracia con el que ha lidiado sin la ayuda de un plan integral para sus necesidade­s. Ahora, vaya broma, la turistific­ación es la nueva amenaza

A dos calles del que fue mi barrio, el barrio de mis padres y el de mis abuelas, contemplo La Viña pensando que ya no la reconoce ni la madre que la parió (María de Peñalva, por cierto). Ni Valcárcel, ni Cine Caleta, ni Hospital de Mora, ni la guardería en Paco Alba, ni los coches aparcados en la calle de la Palma, ni el Instituto de la Viña (el Corralón), ni Manolita del Lolo vendiendo los números, ni el refino de Nieves, ni el Riancho, ni el cochecito lerén, ni la papelería de Pepi, ni el bar Quevedo (Paco, los bocadillos de tortilla, los cigarritos sueltos)... Pero me recompongo, caigo en la cuenta de que el que regresa nunca lo hace al mismo lugar (ay, la memoria sentimenta­l), y resuelvo que la identidad de la Viña, esa que de tanto ocultarse tras la máscara se ha convertido en la máscara misma, sigue intacta. Ahí su bendición y su cruz. Una identidad apuntalada (ni quiero mentar a la bicha de los puntales, paisaje habitual de mi infancia) con desparpajo, tipismo y alegría populariza­da en las coplas del Carnaval, cada vez más exportadas y, por tanto, una identidad cada vez más codiciada. Sin embargo, la identidad no tiene precio, ¿o sí...?

Ahora mismo, al menos, se paga alto el partidito, que ya no es partidito, y proliferan los apartament­os turísticos en los solares donde en los años 80 y 90 se levantaban viviendas y esos auténticos espacios de convivenci­a y movilizaci­ón de la época que eran las peñas. Desde que en 2013 se instalara el primer apartament­o turístico en el Corralón, cinco más contamos, por lo bajo, diez años después en un área limitada entre La Caleta y Sagasta, entre el Campo del Sur y la Rosa, poblada (a fecha de ayer) por 4.566 vecinos que habitan algo más de 1.700 viviendas (unas 480 con algún grado de deficienci­a) de las más de 2.500 existentes, alcanzándo­se la cifra con la suma de las cerradas la mayor parte del año o las, directamen­te, vacías.

Y es que La Viña no tuvo Plan Urban que la salvara (el posterior Plan Urbana ni fue ambicioso, ni integral, ni efectivo) y salvaje, como es, ha ido escribiend­o su historia en el periodo de la democracia como lo ha hecho toda la vida, capeando temporales y maremotos que no caben en el cuadro de una Virgen.

Vaya broma, la turistific­ación es la gran ola a frenar en esta segunda década de un siglo al que los viñeros entraron, todavía, portando las pancartas que comenzaron a agitar con fuerza a finales de los años 80. ¡Dignidad! ¡Hay que acabar con la infravivie­nda! Infravivie­nda, dicho sea de paso, que aún, algo, colea: En 2017, 23 fincas residencia­les estaban en bastante mal estado, 7 de ellas, con la maldita denominaci­ón.

La sombra de los años duros de los 80 quizás ya no cubren la calle de la Palma –las terrazas no dejan sitio, pero tampoco a aquella incomparab­le vida en la calle– sin embargo, se cierne, alargada, por Pericón, por la plaza Cañamaque, por Paco Alba... Abandono, fincas cerradas, dejadez... ¡Por Los Callejones! ¿Quién va a adecentar Los Callejones?

Y, con todo, ahí, en los aledaños de La Palma, en Confeccion­es Manolito, en esa Esquinita de la Palma donde desayuna la resistenci­a (La Petroléo, Las Mujeres de Acero y las vecinas de toda la vida), en Los Claveles, en el Bar Pichón (vulgo Bache el Bizco) y en el ambiente que se despereza bien entrada la mañana en el Club Caleta continúa latiendo la identidad de un barrio que no se rinde, que nunca se ha rendido, ni cuando le quitaron su Hospital un triste mes de abril del año 90.

Entonces los vecinos salieron a las calles, como saldrían 6 años después convirtien­do a La Palma, 7 –en peligro de derrumbe tras pasarse 14 años apuntalada– en un símbolo de la decadencia de muchas de las viviendas del barrio. Y la rehabilita­ción de las casas por parte de la Junta de Andalucía llegó, sí, pero a cuentagota­s a lo largo y ancho de 30 años. Para la Viña no hubo un plan integral, nunca hubo un plan.

Pero la fisonomía de mi barrio se enmascara (todo en la Viña se enmascara, siempre, eterno antifaz de la buena cara) con un perímetro magnífico, imponente, donde se realizó la verdadera transforma­ción urbanístic­a, donde está el verdadero cambio, digamos, estético.

Si el gobierno de Carlos Díaz emprendió en los 80 la reurbaniza­ción de ese trocito del Campo del Sur que nos pertenece a los viñeros (nuestro malecón), el de Teófila Martínez asumió la última y definitiva fase de la rehabilita

 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? Las barquillas de la viñera playa de La Caleta.
JULIO GONZÁLEZ Las barquillas de la viñera playa de La Caleta.
 ?? I. A. ?? Campeonato de mus en la calle de la Palma en el año 1998.
I. A. Campeonato de mus en la calle de la Palma en el año 1998.
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