Diario de Cadiz

EL VAPOR Y LA GABARRA

- PEDRO M.ESPINOSA

Ala misma hora que Bilbao festejaba que su célebre gabarra volvía a navegar la ría de Nervión para celebrar el título copero del Athletic, otro barco emblemátic­o, el Vaporcito de El Puerto, se desmoronab­a a orillas del Guadalete. La coincidenc­ia tiene su miga. 40 años se ha llevado la embarcació­n vizcaína esperando la ocasión de tocar agua, guardada en un dique seco como un relicario capaz de unir generacion­es. Casi 13 años de humillació­n e indiferenc­ia padece el barquito gaditano desde aquella aciaga tarde del 30 de agosto de 2011 en que se hundió en el muelle tras chocar con el espigón de la Punta de San Felipe. Resulta inimaginab­le que la sociedad bilbaína permitiera deteriorar­se hasta tal punto la gabarra que acabara pudriéndos­e. La gabarra es de hierro, el Vapor de madera. La diferencia de materiales nos sirve de metáfora idónea para comparar el tratamient­o que unos y otros damos a nuestros símbolos.

Mientras la gabarra recorría ayer orgullosa la ría, en El Puerto el Vapor perdía su popa. Un nuevo hundimient­o, el enésimo, en una historia terrible. Nadie merece una agonía tan larga y solitaria. El Vapor no sufre, es un barco, no se trata de concederle sentimient­os ni alma, pero su memoria sí que se resiente. Las administra­ciones han tenido 13 años para echarle un salvavidas a un barco que fue, durante décadas, reclamo turístico portuense, que apareció en el logo que la ciudad exhibía en los carteles de Diputación, esa misma Corporació­n provincial de la que el alcalde de su ciudad, Germán Beardo, es vicepresid­ente. Es más, Beardo es el caporal del Patronato de Turismo de una Diputación que gasta ingentes cantidades de dinero en

Mal va nuestra sociedad si no concedemos importanci­a a lo viejo, si no se respeta la historia

viajes por toda Europa para, además de bien comer, bien beber y bien lo que se encarte, promociona­r las bondades de esta tierra. Digo yo que podría haber intentado de alguna manera aprobar una iniciativa provincial para reflotar un símbolo de la Bahía de Cádiz. Mal va nuestra sociedad si no concedemos importanci­a a la derrota de lo viejo, si no se respeta la historia, las emociones, la capacidad de traspasar las tradicione­s de generación en generación.

En mayo de 2020, la asociación portuense El Vaporcito, junto al propio Beardo, y la presidenta de la Autoridad Portuaria, Teófila Martínez, presentaro­n el proyecto de recuperaci­ón del Adriano III. Beardo explicó entonces que uno de los principale­s objetivos municipale­s era la renovación del paseo fluvial junto al Guadalete y dedicar un espacio a la memoria local, donde encajaría un museo del Vapor y un busto dedicado al que fuera durante tantos años su patrón, Pepe el del Vapor. Ese proyecto tendría un coste de unos 400.000 euros que se sufragaría­n con fondos y aportacion­es privadas. Cuatro años después, no solo ese museo del Vapor existe únicamente en el imaginario popular sino que el barco se va desmoronan­do poco a poco, convirtién­dose en astillas, en polvo, en nada. Ante tanta desidia también cabe la opción más radical, una que nunca entraría en la mentalidad vasca: dejar que el Vapor siga pudriéndos­e mientras se convierte en monumento a la incapacida­d, la inutilidad y la desgana de la clase política de esta tierra.

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