Diario de Cadiz

VACUNAS Y BOVINAS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @Egmaiquez

YO pensaba escribir ayer sobre unas mentirijil­las gravísimas acerca de las vacunas. Pero se me ha cruzado, como a todos, la telenovela de Pedro Sánchez enamorado y tuve que alterar un poco mi plan. Son cosas que no se pueden medir: pero la alteración de la vida española (periodísti­ca, política, intelectua­l) que ha producido Sánchez es descomunal.

El asunto de las vacunas y sus efectos nocivos secundario­s está poco a poco –a pesar de la reflexión de Sánchez– escalando puestos en la opinión pública y en la preocupaci­ón política. Es raro quien no tenga un caso cercano de afectado por las vacunas. No por el Covid, ojo, por las vacunas. Las evidencias médicas son ya incontesta­bles. Y quien haya perdido la salud o a un familiar vive el asunto en carne viva.

Los políticos nos están queriendo convencer de lo contrario de lo que vimos con estos ojos: que la vacunación fue absolutame­nte voluntaria. Basta un mínimo de memoria histórica para recordar la presión política y mediática contra quienes no las tenían todas consigo en la vacunación. No se podía trabajar o viajar sin vacuna. Fue tremendo. Los intentos de resistenci­a se reprimiero­n sin recato. En los medios te llamaban asesino a las primeras de cambio. Hará falta un repaso de hemeroteca­s de aquellos años.

Es un tema muy grave por la vacunación masiva inducida sobre unas masas bovinas, que fuimos obedientem­ente al pinchazo; y también, ahora, por la inmensa mentira obvia que pretenden contarnos con eso de la voluntarie­dad. Coacción y mentira hacen una mezcla política muy inquietant­e.

Pero los nervios empiezan a aflorar, porque este tema, dimita o no mañana Sánchez, que sólo Dios lo sabe, va a dar mucho que hablar y va para largo. Por eso sobreactúa­n. Quieren escurrir el bulto y no cargar con el muerto (los muertos).

Esto es muy serio, porque implica la mentira –entonces y ahora– y la irresponsa­bilidad –ahora y entonces– como modo de hacer política. Encima con un tema trascenden­tal, que ha costado las vidas de muchos españoles y la salud de más todavía.

Cuando Dionisio Ridruejo se arrepintió de su falangismo, Giménez Caballero le dijo que arrepentir­se, después de haber arrastrado a muchos hombres a la muerte en la División Azul, sólo tenía dos salidas honestas. Si uno era católico, hacerse cartujo. Si uno era ateo, darse u un tiro. Yo pediría dos cosas menos tremebunda­s, aunque tan difíciles: decir la verdad y responsabi­lizarse.

Ahora nos dicen que vacunarse era totalmente voluntario, pero recordamos bien lo que pasó entonces

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