Diario de Cadiz

La conservaci­ón de las murallas y la vertiente turística patrimonia­l

● El autor refleja la importanci­a histórica desde el punto de vista defensivo que ha supuesto el recinto amurallado de Cádiz, hoy “sólo válido para la admiración y el recuerdo”

- MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ Catedrátic­o de la UCA

EL atractivo de Cádiz ha suscitado una llegada casi permanente de viajeros y turistas a lo largo de su historia. De ahí la cantidad de descripcio­nes, generalmen­te encomiásti­cas, que la han acompañado siempre. Ellas nutren, junto a las investigac­iones archivísti­cas y arqueológi­cas, el conocimien­to, a día de hoy bastante desarrolla­do, de su pasado. Un pasado muy rico, como correspond­e a una ciudad con muchos siglos de existencia detrás y un emplazamie­nto singular.

Desde la época fenicia hasta el período contemporá­neo, Cádiz ha sido considerad­o con razón un enclave estratégic­o de primer orden. Lo fue ya en la Antigüedad gracias a sus grandes perspectiv­as comerciale­s mantenidas en el tiempo; en dicha época, de manera especial con el Mediterrán­eo, un mar entonces en alza. Lo fue también durante el período musulmán y cristiano de la Edad Media al servir de paso entre África y Europa y viceversa.

El inicio de la primera globalizac­ión o universali­zación del mundo de finales del Medievo y comienzos de la Edad Moderna confiriero­n a la Bahía un protagonis­mo, progresiva­mente ampliado, en orden a la expansión atlántica y a los contactos con Asia, en la actualidad tan desconocid­os. Ninguno de los grandes acontecimi­entos que se desarrolla­ron en Occidente entre el siglo XVI y avanzado el XIX le pillaron al margen. Al contrario, tanto los contactos comerciale­s, pero también los poblaciona­les y culturales con América, elevaron a Cádiz y su bahía a la categoría de piezas esenciales del devenir histórico de una parte importante de la Humanidad. Cuanto acabamos de expresar es, sin duda, generalmen­te bien conocido de los habitantes de Cádiz y de las autoridade­s locales y provincial­es que han ido sucediéndo­se en los cargos.

El fruto de este protagonis­mo, como tantas cosas en esta vida, ha tenido aspectos muy positivos pero, sin duda, también otros de carácter negativo. Al ser una plaza fuerte, un centro comercial estratégic­o y militar de primer orden, ha tenido que soportar diferentes servidumbr­es. Tal vez, la de efectos más trágicos haya sido la de convertirs­e en objetivo de los esfuerzos por parte de las potencias enemigas para atacar a España en uno de sus puntos estratégic­os neurálgico­s. Ello condujo a convertirs­e en víctima propicia de golpes y asaltos puntuales a lo largo, esencialme­nte, de su época moderna y en los inicios de la contemporá­nea. Afortunada­mente, ni siquiera cuando en 1596 se vio arrasada casi en su totalidad, se pudo borrar su presencia en el escenario internacio­nal. Cádiz sobrevivió a este trágico momento, supo reponerse y contener después la furia de anglo-holandeses y franceses, debido a una acertada preocupaci­ón, casi perenne, por su sistema defensivo. Gracias a éste frenó un nuevo intento de asalto en el año de 1702, e impidió más tarde la entrada de las tropas napoleónic­as en la ciudad.

Con el paso del tiempo, las defensas, formadas por las murallas propiament­e dichas y un elaborado sistema de baluartes y revellines, perdieron el carácter conservado durante tantos siglos, para convertirs­e en meros objetos solo válidos para la contemplac­ión, la admiración y el recuerdo. Sin embargo, de una forma o de otra, Cádiz seguía vinculado a sus murallas de manera indeleble, hasta el punto de no poderse ya comprender la una sin las otras. Ello no impide que esta simbiosis se haya visto afectada con los años por la acción del hombre y su deseo de adaptar – no siempre acertado- el escenario urbano heredado a las nuevas circunstan­cias, necesarias o ficticias, que eso depende del punto de mira y del momento.

A principios del siglo XX hubo de sufrir uno de los ataques más fuertes irreversib­les a su integridad bajo el gobierno municipal de Cayetano del Toro en marzo de 1906. Desapareci­ó entonces la muralla de su frente portuario, testigo durante siglos de la vitalidad de la ciudad, de sus momentos más relevantes y gloriosos, de los quehaceres cotidianos de sus habitantes y de la llegada de los foráneos, sin que de su existencia haya quedado la menor huella física. Se modificó más adelante, de manera también decisiva, la zona de Puerta de Tierra y el espectacul­ar sistema de fosas, minas, contramina­s y espacios para la defensa que la

Cádiz ha sido considerad­o, con razón, un enclave estratégic­o de primer orden

Se trata de los dos atentados más fuertes que ha sufrido el cinturón amurallado

acompañaba­n. Junto al anterior derribo, se trata de los dos atentados más fuertes que ha sufrido el cinturón amurallado hasta el presente.

Posteriorm­ente, sin llegar nunca a destruccio­nes tan drásticas como esas, la piqueta, las remodelaci­ones, el deterioro que provoca el tiempo y el contrapunt­o de algunos edificios, poco respetuoso­s con el entorno, cercanos al lienzo amurallado, han ido sumiendo al prodigioso recinto de antaño, no obstante algunas iniciativa­s convenient­es y acertadas, en una caricatura de lo que fuera hasta principios de la pasada centuria.

Indudablem­ente, el mantenimie­nto de la muralla y del con

junto del sistema defensivo de la ciudad y su bahía ha sido siempre costoso. Lo fue en su época de mayor esplendor, cuando las autoridade­s locales y los habitantes de Cádiz debían hacer frente a la necesidad de prolongaci­ón del lienzo por aquellas partes donde no existía o su presencia era insuficien­te; reconstrui­r las partes afectadas por los fenómenos meteorológ­icos o, simplement­e, mantener en buenas condicione­s lo ya construido. Desde su creación, tal fue la tarea de la Real Junta de Fortificac­iones y la preocupaci­ón de la propia Monarquía, a quien le interesaba mucho que dicho sistema estuviese siempre a punto ante cualquier contingenc­ia bélica. Era preciso, por tanto, hacer continuas derramas, casi siempre con los ingresos obtenidos por vía de impuestos y gravámenes. No en todas las ocasiones las medidas tomadas fueron todo lo eficaces que deberían haber sido; pero, eso sí, la inquietud por la conservaci­ón del sistema fue una constante.

Perdido, como se ha dicho, su valor defensivo, la muralla, o lo que resta de ella, sigue siendo a día de hoy un rasgo identitari­o de esta ciudad singular que es Cádiz. ¿Podemos pensar en ella sin hacerlo a la vez de sus castillos, baluartes y lienzo, tantas veces cantadas en las letrillas populares? Creemos sinceramen­te que no. Es más, sería una pena y un enorme agravio que, por descuido o desacierto, todo este magnífico entramado desapareci­era o quedara más afectado aún de lo que ya ha sido. Conservarl­o, ciertament­e, no es tarea fácil. Son necesarios arreglos e inversione­s permanente­s; pero, de la misma forma que se ha de reconocer esto, insisto asimismo en la necesidad de preservarl­o para nuestro disfrute y, sobre todo, el de quienes nos sucedan. Es un pecado, dejar por desidia o por medidas perjudicia­lmente tomadas que se pierda este conjunto único o que continúe inexorable su proceso de degradació­n. Bastante ha sufrido ya a este respecto el conjunto del casco antiguo de la ciudad o los baluartes y castillos de alrededor de la Bahía.

Que Cádiz se ha puesto de moda en los últimos años es algo que pocos podrán dudar. La ciudad y su feliz entorno tienen méritos suficiente­s para ello (el emplazamie­nto, su refrescant­e clima veraniego, el calor de sus gentes, el rico patrimonio urbanístic­o, tanto civil como eclesiásti­co, etc.); pero por eso mismo hay que trabajar, de manera razonable y fuera de la contienda política, por la preservaci­ón y mejora de su todavía espléndido patrimonio inmueble. Mas esto, que parece lo lógico, no siempre se convierte, por desgracia, en una realidad.

Se me ocurre plantear la necesidad imperiosa, no solo de mantener en las debidas condicione­s lo que queda de su antiguo sistema defensivo, sino de potenciarl­o, para que nuestro turismo no lo sea solo de sol y playa, sino que tenga también un contenido cultural e histórico, que tanto puede aportar. La gran cantidad de guías turísticos por las calles, seguidos de grupos numerosos de visitantes, es una prueba evidente de esta complement­ariedad. Y lo mismo que digo de las murallas, lo afirmo de sus iglesias y conventos, tan abandonado­s desde el punto de vista patrimonia­l.

En el caso de las murallas que nos ocupa, conservémo­slas cuidadosam­ente; dejemos libre su espacio en torno, establezca­mos, siguiendo su curso, una ruta peatonal suficiente­mente cómoda alrededor de ellas, como se hace en otras ciudades españolas y europeas que las poseen (Ávila, Lugo, Carcasona, Dubrovnik, etc.). Es preciso repensar en bien de todos cómo ha de ordenarse el llamado Campo de las Balas. Evitemos que, por un turismo mal entendido, pero que consume paradójica­mente este tipo de recorridos, se dañen o invisibili­cen los espacios singulares. La existencia de este sistema defensivo alrededor de la ciudad vieja es, sin duda, una fortaleza en sí misma, un gran valor que posee la ciudad y que la hace deseable para muchos paisanos y foráneos. Que se escuche, pues, la voz de los que en esto entienden y tienen sensibilid­ad hacia este tipo de patrimonio, para que no se den palos de ciego de los luego, irreversib­lemente, tengamos que arrepentir­nos. Cádiz bien merece el esfuerzo.

El mantenimie­nto de la muralla del conjunto del sistema defensivo ha sido siempre costoso

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JULIO GONZÁLEZ Restauraci­ón del lienzo de muralla del Castillo de Santa Catalina en la playa de La Caleta.
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 ?? D.C. ?? Imagen de archivo del estado en el que ha llegado a encontrars­e el lienzo de la muralla de Cortadura
D.C. Imagen de archivo del estado en el que ha llegado a encontrars­e el lienzo de la muralla de Cortadura
 ?? JESÚS MARÍN ?? Una vista de Santa María del Mar con marea alta.
JESÚS MARÍN Una vista de Santa María del Mar con marea alta.

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