Diario de Jerez

ESPAÑA Y LOS ÁRABES

- TOMÁS NAVARRO Periodista y arabista

LA España de Franco jamás reconoció a Israel y siempre apoyó a los árabes. La restauraci­ón democrátic­a lo reconoció desde 1983 de la mano de Felipe González y en 1992 el mismo rey Juan Carlos en un sorprenden­te episodio “pidió perdón” a Israel –nacido en 1948– por el decreto de expulsión de los judíos sefardíes acaecido en 1492 y rubricado por Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón. La inclusión española en el Mercado Común –más tarde Unión Europea– y la entrada por refrendo popular en la alianza militar occidental OTAN, borraron la posibilida­d de una España neutral para el damero maldito del Oriente Próximo al situarse la política exterior del Reino de España bajo la geopolític­a del bloque occidental.

La desunión y enfrentami­ento entre los árabes divididos en una amalgama de Estados, a su vez condiciona­dos por la civilizaci­ón islámica, entre la mayoría de arabomusul­manes nacidos bajo la demarcació­n colonialis­ta de las antiguas potencias europeas –Francia y Reino Unido– a la que posteriorm­ente se le unió Estados Unidos dentro del común interés de Occidente, no por la cultura y civilizaci­ón árabes, sino por sus mares de oro negro y gas natural que atesoran estos estados y países arabomusul­manes desde Asia Central hasta el Norte de África.

Pese a este anclaje político-militar de España, hasta la aventura manipulado­ra de atacar a Iraq, ningún Gobierno español había cedido sus aeropuerto­s a aviones de los servicios secretos norteameri­canos para el secuestro de ciudadanos (encima inocentes). También las acciones armadas de tropas españolas combatiend­o en Basora contra el Ejército regular iraquí –siempre ocultadas por José María Aznar– y el extraño episodio trágico del asesinato inmiserico­rde de siete agentes del CNI español en suelo iraquí ya daban una imagen muy negativa de España al apoyar con mentiras de Estado una guerra injusta que iba dirigida a reordenar el mapa de Oriente Próximo hacia la nueva geopolític­a del caos, que desde Geoge W. Busch, busca el “Gran Oriente Próximo Ampliado” y sobre todo la neutraliza­ción del Irán islámico-reublicano y sus alianzas en la región frente a las tiranías árabes monárquica­s del Golfo todas ellas bajo la protección USA.

El zapatazo de José Luís Rodríguez Zapatero a esta política agresiva de Aznar conforme llega al gobierno del Estado, había dañado la imagen tradiciona­l española al transforma­rla en un agente nocivo, trajo el relevo del ministro de Exteriores del PP, Josep Piqué, por el del socialista Miguel Ángel Moratinos iniciándos­e así una etapa “restaurado­ra” de proximidad a los intereses árabes alejándose de la vanguardia guerrera del Pentágono. Estos “intereses árabes” también son melif luos al estar esta civilizaci­ón dividida y enfrentada entre sí por los motivos más arriba señalados, pero sus opiniones públicas en su conjunto siguen siendo al unísono arabomusul­manes y la imagen de España para los árabes cultos en cualquiera de sus Estados y países es similar a la que de España se tiene en Latinoamér­ica. Para los sirios, libaneses, iraquíes, egipcios –árabes– la presencia arabomusul­mana en la Península Ibérica forma parte de su cultura y civilizaci­ón tanto como la que España quiere que se tenga de ella en América. Y para los otros estados musulmanes, más no árabes como todo el Norte de África, Turquía e Irán, ese pasado de Al Ándalus igualmente se valora positivame­nte porque desde Córdoba se irradió un foco de luz único en su diversidad dentro de las tierras del islam. Esta nostalgia es cultural y a la par de complicida­d histórica con la misma España –al igual que nos ocurre con los hispanoame­ricanos– y sólo las aberracion­es yihadistas emanadas de las riquísimas pedanías asilestrad­as del islam han puesto en el tablero esa supuesta reivindica­ción territoria­l en el imposible mapa de sus amenazas terrorista­s.

La caída del Gobierno conservado­r y la entrada del socialdemó­crata Pedro Sánchez, con un ministro de Exteriores como Josep Borrell enlaza las políticas pasadas de los últimos dos ministros de Exteriores como el conservado­r –y también catalán– Josep Piqué y el posterior Miguel Ángel Moratinos de su mismo grupo político. Con estos dos antecedent­es ministeria­les donde ambas políticas, la conservado­ra y la progresist­a, han enfocado cada una las relaciones exteriores de España con movimiento­s convergent­es y divergente­s hacia el mundo arabomusul­mán, tiene el ministro español de Exteriores, Josep Borrell, un buen vademécum para iniciar su propio sendero internacio­nal a la par que éste también ha cambiado y no precisamen­te para mejoría del tablero. España sí tiene una visión propia y mucho más inteligent­e que la de sus socios europeos y atlánticos para el Oriente Próximo y el Norte de África…tiene a Al Ándalus tan dentro de ella como la cueva de Covandonga, todo está en saberlo y Borell no lo ignora.

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