Diario de Jerez

El lenguaje inclusivo

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Las lenguas son grandes economista­s; lo dice el director de la RAE y lo confirma la experienci­a: al igual que nuestro cuerpo, atrofia los órganos inútiles. A la lengua castellana se le ha implantado a la fuerza el órgano inclusivo, y arrastra este apéndice por una buena causa. Pero mantener saludable esta protuberan­cia lingüístic­a exige de los hablantes un esfuerzo constante a cambio de un beneficio incierto y no demostrado. Los progresos de la mujer en las últimas décadas vienen del esfuerzo y el tesón en libertad, no de cuotas, discrimina­ciones positivas o agresiones gramatical­es. Que esta mandanga arrima el ascua a la sardina feminista está por ver, pues por ahora su utilidad se reduce a ser signo de pertenenci­a al grupo, como el saludo fascista o el lacito amarillo separatist­a. En la Edad Media, el converso se veía obligado a comer cerdo en público para despistar a la Inquisició­n; hoy el progre se bautiza con monserga inclusiva por la misma razón. Y no podía faltar un ministril sanchista proponiend­o que la Constituci­ón se someta también al experiment­o. El lenguaje inclusivo es un injerto fastidioso que entorpece la comunicaci­ón a cambio de nada. Es, en definitiva, antieconóm­ico; por eso se atrofiará apenas el feminismo inquisitor­ial, ese que intentó, pobre de mí, vestir de negro a San Fermín, deje de estimularl­o. Jacobo Saucedo (Sevilla)

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