Diario de Jerez

LA LIBERTAD DEL ASESINO

- ABEL VEIGA

Amedida que pasan los años, todo se diluye, todo se confunde en la niebla de los recuerdos. Es la condición del ser humano y la fragilidad de la mente, que no de la memoria, cuya capacidad abarcadora escapa casi al cálculo humano y que solo empleamos muy marginalme­nte. Al lado del olvido está el perdón. Muchos dicen que son incompatib­les, que perdón y olvido no se abrazan, o incluso que sin olvido no puede haber un verdadero perdón. Más allá está el odio, los sentimient­os en general, el rencor y un largo etcétera no sólo lingüístic­o y metafórico, cuando real a la esencia misma del ser.

Pedir perdón y hacerlo sinceramen­te todavía generan dudas cuando de terrorismo hablamos. En España, prácticame­nte hasta anteayer, se asesinaba, se extorsiona­ba y secuestrab­a. Y se callaba al tiempo que muchos miraban hacia otro lado. Muchos. La banda asesina ETA –porque eso era–, pese a la perversión del lenguaje y de la política de algunos, asesinó y secuestró. Sus esbirros dispararon a la nuca, ejecutaron, accionaron bombas y trataron de arrodillar nuestras libertades y dignidades, amén de derechos. Combatir desde la legalidad, desde el estado de derecho, ha significad­o la derrota de ETA. Sí, derrota. Han sido vencidos, pese a no disolverse verdaderam­ente, ni entregar las armas, ni pedir perdón, ni responder por los casi 315 asesinatos aún no esclarecid­os de los que son responsabl­es. Y dejemos la reparación patrimonia­l de las víctimas al margen.

No, no sé ni tampoco me lo puedo imaginar qué siente la esposa, el hijo, el hermano, el padre de la víctima asesinada por ETA, cuando el asesino sale de la cárcel. Por mucho que pasen los años, por mucha capacidad de perdón que se pueda o no tener, no así el olvido, pues solo el olvido nos mata indefinida­mente, la llaga sigue ahí, en el corazón de la persona que sufrió en carne propia ese zarpazo cruel y terrible.

Acaba de salir este domingo uno de los asesinos más sanguinari­os que ha tenido la banda terrorista. Ha estado treinta y un años en la cárcel, trece en Francia, dieciocho en España. Su macabro historial deja cuarenta víctimas. Todas ellas inocentes. Uno de aquellos atentados, brutales y despiadado­s fue, sería, el de Hipercor. El mismo que marcó un antes y un después como una década después lo sería el del Miguel Ángel Blanco. Hasta esos dos momentos, la sociedad vivió un poco de espaldas cada vez que un guardia civil o un policía, o un militar era asesinado. Tras Hipercor en Barcelona y tras Miguel Ángel Blanco, todos, cualquiera podía estar ya en la diana de los asesinos. De esos miserables valientes solo con el tiro en la nuca o el accionamie­nto del coche bomba.

Por mucho que el etarra haya renegado de la banda y se haya arrepentid­o, haya o no colaborado con las Fuerzas de Seguridad y la Justicia para esclarecer asesinatos y tentativas, y por mucho más que salga con setenta años, la pregunta es si le ha valido toda esta violencia, todo este historial de sangre y terror, a lo largo de su vida. Sólo muerte, destrucció­n y derrota. Las medallas de una vida entera sembrando de dolor y lágrimas decenas y decenas de familias que perdieron a sus hijos, esposos, padres, hermanos.

Sí, ETA ha sido derrotada aunque no haya entregado armas ni arsenales. Aunque no haya esclarecid­o ni uno solo de los más de 300 asesinatos que prescribir­án y cuyas autorías son desconocid­as. Los presos irán saliendo. Ni doctrina Parrot, ni pronunciam­ientos de Europa. Saldrán. No cumplirán la totalidad de aquellas penas milenarias que con fruición se imponían por cada asesinato. No derramarán lágrimas ni arrepentim­ientos. Lo peor de su ser interno habrá triunfado para ellos, pero sin valerles la pena. Allá ellos. No sentimos ni dolor ni sentimient­o alguno, salvo una tremenda indiferenc­ia y mucho desprecio por que el hombre convertido en animal es peor todavía que éstos.

Hoy sólo recordamos a todas y cada una de aquellas víctimas. De aquel dolor. De aquel desgarro que rompió a muchos. No lo rompamos. No lo mancillemo­s, tampoco los políticos deberían jugar con ese fuego oportunist­a y mezquino. Como tantas veces han hecho. Ellos no han llorado. Pero juegan con su lenguaje oportunist­a. Sus lágrimas nada tienen que ver con las que derramaron aquellas madres y aquellas esposa que una mañana llamaron para decirles que sus hijos y sus maridos habían sido asesinados.

No sé si treinta años o más son pocos o muchos. Pero no devolverá a aquellas víctimas asesinadas por nada, en nombre de la nada y por una miseria y una mezquindad moral atroz.

Hoy sólo recordamos a todas y cada una de aquellas víctimas. De aquel dolor. De aquel desgarro que rompió a muchos. No lo rompamos. No lo mancillemo­s

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