Diario de Jerez

LA DROGA NO ES RENTABLE

- JOSÉ ROSADO RUIZ

EVITAR el dolor, es una intenciona­lidad permanente de la toda persona que orienta su conducta a conseguir un placer que aparece con categoría de una necesidad justificad­a porque en su estructura cerebral se encuentran diseñados todos los programas necesarios y suficiente­s para al ser activados, garantizar una existencia en óptimas condicione­s; claro que en esta tienda de felicidad cerebral, se “vende semillas” que necesitan ser cuidadas, alimentada­s y desarrolla­das para que ofrezca sus frutos.

En la actualidad, el ser humano ha conseguido una gran libertad que le ha proporcion­ado independen­cia y racionalid­ad, pero también lo ha aislado y lo ha tornado ansioso, estresado, angustiado y lleno de miedos y oscuridade­s, y del hombre de las cavernas hemos pasado a las cavernas del hombre, en la que una sociedad, llena de cosas y vacía de contenidos, ofrece objetivos perversos, efímeros y superficia­les que desorienta­n y que lo dejan sin objetivos existencia­les, y sin éstos, nace el protagonis­mo de la nada que “apagando la mente” desencaden­a la neurosis del vacío.

La droga aparece como una solución pues proporcion­a estados de conciencia gratifican­tes, que ofrecen tiempos de alejamient­o de problemas y conflictos que son transitori­amente terapéutic­o. Pero las alegrías y contentos iniciales conducen al consumidor a reforzar y potenciar la anterior experienci­a traumática de frustració­n y desorienta­ción, porque el escenario donde la sustancia desarrolla sus efectos es el cerebro al que deja deteriorad­o, y la mutilación neuronal que provoca, contamina y desorganiz­a los recursos cerebrales que le hacen experiment­ar una situación de soledad, y se queda sin rumbo, sin saber hacia qué puerto dirigirse, o más grave aún, sin sospechar siquiera que existen puertos. Este aislamient­o, le llega a resultar insoportab­le y le facilita huir de su libertad, precipitán­dose en nuevas formas de dependenci­a y sumisión, que le señala el camino de su desintegra­ción mental, del mismo modo que la inanición conduce a la muerte: el único bien que descubre es aquello que provoca el olvido de la existencia.

Y es que la existencia posee un mecanismo íntimo que le es peculiar: tiende a expandirse o extenderse, a expresarse y a ser vivida. Si esta tendencia se frustra, la energía enraizada hacia la vida, sufre un proceso de descomposi­ción y se muda en una fuerza dirigida hacia la destrucció­n: se conforma una respuesta nihilista. Los impulsos de vida y de destrucció­n, son universalm­ente proporcion­ales. Cuanto más impulso vital se ve frustrado, tanto más fuerte resulta el que se dirige a la destrucció­n: cuanto más plenamente se realiza la vida, tanto menor es la fuerza de la destructiv­idad.

Claro que un individuo puede estar solo en el sentido físico durante muchos años y sin embargo estar relacionad­os con ideas, valores y normas sociales que le proporcion­an sentimient­os de comunión y pertenenci­a. Por otra parte, puede vivir entre la gente y no obstante dejarse vencer por un sentimient­o de aislamient­o total, cuyo resultado podría ser un estado mental parecido a la esquizofre­nia. Esta falta de conexión con valores, símbolos o normas, que podemos definir como soledad moral, es tan insoportab­le como la soledad física, o mejor, la soledad física se vuelve intolerabl­e tan sólo si implica también la soledad moral. Las religiones, creencias o nacionalis­mos, por más absurdos o degradante­s que sean, siempre que logren unir al individuo con los demás, constituye­n refugios contra los que el hombre teme con mayor intensidad: la soledad y el aislamient­o.

Para encontrar orientació­n, significad­o y “vida” a la existencia, es indispensa­ble que el cerebro, como órgano de expresión de nuestro yo, se encuentre en las condicione­s normales para tomar conciencia de sí mismo, de ser algo individual, único e irrepetibl­e y descubrir, organizar y señalar el camino a hollar para encontrar las respuestas a todas sus inquietude­s de plenitud, inmortalid­ad, felicidad y trascenden­cia, que no se encuentran en los demás ni en ninguna sustancia sino en el hondón de su ser.

Cuidar el cerebro es la mejor misión que tenemos para garantizar nuestra calidad de vida, por eso nunca es rentable consumir drogas.

El ser humano ha conseguido una gran libertad que le ha proporcion­ado independen­cia y racionalid­ad, pero también lo ha aislado y lo ha tornado ansioso, estresado y angustiado

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