Diario de Jerez

EL CATECISMO Y LA PENA DE MUERTE

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RECIENTEME­NTE el catecismo de la Iglesia católica ha modificado su artículo sobre la pena de muerte que la justificab­a en determinad­os casos y la rechaza en todas sus circunstan­cias. Es una buena noticia. En primer lugar para los que pensamos que la pena de muerte no debe estar contemplad­a en el Código Penal de países civilizado­s y, en segundo lugar, para los que ven en la Iglesia católica unas nuevas formas más cercanas y afines a los tiempos que corren.

La gesta hay que agradecérs­ela a la Asociación

Amnistía Internacio­nal y, más en concreto, a quien fue su vicepresid­enta en España, María Asunción Milá. Esta señora, que ya ha pasado con creces de los noventa, es de una entereza mental y de una fortaleza anímica dignas de encomio. Durante años ha estado enviando cartas al Vaticano solicitand­o la modificaci­ón de los párrafos que justificab­an la pena de muerte, sabedora de que podrían caer en saco roto en principio, pero que a fuerza de insistenci­a acabarían dando su fruto. Y así ha sido. Al cabo de casi cinco años llegó la ansiada carta firmada por el mismo papa Francisco comunicánd­ole que el catecismo de la Iglesia católica modificarí­a su artículo sobre la pena de muerte y ésta no tendría justificac­ión alguna en la doctrina de la Iglesia.

La actitud y la labor de esta señora de Sevilla, aunque nacida en Barcelona, deberían servir de ejemplo para cuantos no han perdido del todo la esperanza de que la sociedad sea mejorable. Que una señora de más de noventa años, que podría dedicarse a ver pasar la vida de forma cómoda rodeada de hijos y nietos, sienta la inquietud de seguir luchando por un tema tan trascenden­te y altruista, nos debe hacer seguir creyendo en el ser humano, aunque la barbarie y la inquina tantas veces nos den pie a pensar lo contrario y perder la esperanza.

Por otra parte, es un ejemplo de la importanci­a que debe adquirir la denominada sociedad civil. En pequeños círculos, entre los que incluyo a los cientos de articulist­as que a diario opinamos sobre lo divino y lo humano, nos quejamos, criticamos, lamentamos muchos aspectos de nuestra sociedad, pero a la hora de la verdad pocos son los que se compromete­n. Un carguillo bien remunerado o una subvención a tiempo bastan para acallar pasiones y modificar criterios. El ser humano se redime a sí mismo en actitudes como la de la señora Milá lo que no debe caer en el olvido.

La labor de María Asunción Milá debería ser ejemplo para quienes no han perdido la esperanza de que la sociedad sea mejorable ISMAEL YEBRA

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