Diario de Jerez

¿REAL FOOD?

- RAFAEL MORENO ROJAS

L Anueva tendencia de alimentaci­ón en redes sociales, se llama Real Food o Comida real, porque, aunque usted no lo sepa, el 80% de lo que está comiendo no es ‘real’, ni nutritivo, ni tan siquiera comida (según sus promotores). Además, son la causa de que estemos gordos, aunque todos pensábamos que era por tomar más calorías de la cuenta y tener una vida ultrasende­ntaria. Porque esa es la otra partícula de moda, que acompaña al Real Food: el ultraproce­sado, que las mafias criminales alimentari­as diseñan en sus quimicefas clandestin­os, para hacernos adictos a las drogas más letales que existen: azúcar, sal y grasa.

Pongamos un poco de sensatez: tomar ciertos alimentos procesados en gran cantidad, no es sano y menos cuando se hace prácticame­nte en todas las comidas. Pero tampoco lo sería tomar ningún grupo de alimentos en exclusivid­ad, pues los nutrientes se distribuye­n entre los distintos grupos de alimentos. Además, muchos de los llamados ultraproce­sados son hipercalór­icos.

El hombre lleva en el empeño de ‘refinar’ alimentos desde la más remota antigüedad, como sacar aceite de las aceitunas, descascari­llar cereales, o despelleja­r los animales que comía, entre otros. Si bien es cierto, que nuestra predilecci­ón por eliminar componente­s de fibra dietética, para luego añadírsela a otros alimentos, ya raya en lo absurdo.

Y otra costumbre ancestral, ha sido mezclar ingredient­es en platos como cocidos, pucheros, potajes, estofados, calderetas, etcétera, o saltando océanos, el mole poblano, o algunos platos orientales. Según los contadores oficiales de ingredient­es, superan con mucho los aconsejado­s para no convertirs­e en ultraproce­sados.

Pero quizás el mayor problema son esos polvitos que los malévolos industrial­es alimentari­os echan a sus potingues, para contentar a los consumidor­es que queremos que los yogures tengan colores (cuando no tienen ni fruta), mayor firmeza, que no se desligue una vinagreta, o simplement­e tener fechas de caducidad casi eternas. Sin embargo, aplaudimos cuando esas tecnología­s alimentari­as se aplican en la nueva cocina molecular o tecnológic­a.

Me declaro defensor a ultranza de la comida tradiciona­l y popular, pero no podemos culpar al progreso del mal uso que hacemos de él, llámese energía atómica, coches, ganadería, o en este caso tecnología alimentari­a.

Prohibir no es el camino y engañar, o asustar, mucho menos. La ruta pasa por una buena formación alimentari­a del consumidor.

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