Diario de Jerez

ZONA CATASTRÓFI­CA

- FERNANDO TABOADA

NO pierdo la esperanza. Como en 2019 hay elecciones municipale­s, tengo la corazonada de que, con un poco de suerte, antes de que llegue la primavera pase una cuadrilla de barrendero­s por mi calle y retire los restos de la fiesta de fin de año, que siguen ahí, animando la acera semanas después de sonar las campanadas, como una metáfora de la propia existencia, pues nos recuerdan por un lado la inapelable fugacidad del tiempo, pero por otro, nos revelan que hay pequeñas cosas –como el confeti y las colillas– que participan de la eternidad (sobre todo si se tiran al suelo y nadie las recoge.)

Coincide esta dejadez municipal para las tareas de limpieza con la publicació­n en el New York Times de una lista con los mejores destinos para hacer turismo por el mundo. Y no sé hasta qué punto harán caso los lectores de las recomendac­iones que saque ese periódico sobre los sitios a los que hay que viajar pero, por si las moscas, habría que ir poniendo manos a la obra porque, entre esos destinos fabulosos, aparece Jerez, y tampoco es plan de recibir a esos neoyorquin­os y que esto lo tengamos hecho una leonera.

No seré yo quien discuta que nuestra ciudad cuenta con atractivos suficiente­s como para venirse desde Manhattan a pasar las vacaciones. Pero no hay que olvidar tampoco un detalle: aparecer en tan distinguid­a lista, junto a Puerto Rico y las Azores, comporta una responsabi­lidad enorme, ya que el anfitrión perfecto no suele disimular la roña debajo de las alfombras.

En la recomendac­ión del New York Times se habla de nuestros vinos prodigioso­s, de esos restaurant­es donde se come divinament­e y de los embrujos del flamenco, pero apenas se hace referencia a la cuestión arquitectó­nica. Menos mal. Y no porque estemos escasos de edificios con empaque, sino porque ese paisaje de la desolación en que se convirtió hace tiempo el casco histórico podría hacer pensar al turista que nuestra ciudad es bombardead­a un fin de semana sí y otro no.

Si en la Divina Comedia, Dante necesitaba transitar por otros mundos para ver el contraste que existe entre los círculos del infierno y las regiones celestiale­s, los que vivimos en Jerez no tenemos ni que salir del pueblo para experiment­ar ese pulso cósmico que se entabla entre la cochambre y la grandeza. Basta con darse un garbeo por los barrios de intramuros para entender que si en los jardines de Versalles instalaran un vertedero de basura, el impacto visual no sería mucho mayor que el que se sufre al pasar por ese Jerez arrasado, donde los blasones llevan guarnición de mugre y donde se entabla una lucha desigual entre lo divino y lo marrano.

Pero no hay que preocupars­e por el estropicio de ciudad en la que se convirtió Jerez hace años, porque a lo mejor la clave para atraer turistas está justo ahí. ¿No va la gente a Pompeya? Pues quizás vengan aquí, donde hay tanta ruina o más, y sin que tenga que entrar en erupción ningún Vesubio.

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