Diario de Jerez

Andrés Sorel: Cádiz entre sus compromiso­s

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Hace apenas unos días nos dejó Andrés Sorel (Segovia, 1937). Razones literarias —e incluso personales— aparte, la figura de este escritor bien merece este espacio por su antigua y permanente relación con Cádiz y su provincia, a la que siempre le gustaba regresar y donde escribió muchas de sus incontable­s páginas. Porque, pese a empezar a publicar un tanto tardíament­e, Sorel fue un escritor muy prolífico, que cultivó lo mismo el periodismo, que el ensayo o que la ficción: casi medio centenar de obras en las que, en más de una ocasión, Cádiz ocupó espacios de referencia, si no protagónic­os, como en su libro Voces del Estrecho, por citar alguna. Y, por supuesto, no se puede olvidar aquella antología que editó a mediados de los setenta y que marcaría época: Nueva Poesía: Cádiz (Editorial Zero ZYX), que incluía a los entonces poetas emergentes Antonio Hernández, José Ramón Ripoll, Jesús Fernández Palacios y Rafael de Cózar, con prólogo nada menos que de Carlos Edmundo de Ory. Vista la trayectori­a de los entonces antologado­s, se puede concluir que olfato poético no le faltó.

Esta tierra gaditana lo alentaba de alguna manera: le gustaba refugiarse en el Zahara de los Atunes anterior a su eclosión turística y recluirse en una habitación con vistas a la costa africana para echar horas en la disciplina­da labor de escribir. También recorrer Cádiz y las calles de sus barrios en compañía de amigos que en estos días lo habrán, de seguro, recordado. Desde que lo conocí, cuando, con permiso de García Márquez, uno era “joven, feliz e indocument­ado”, siempre me llamó la atención su insobornab­le compromiso político —aún eran tiempos bien oscuros– y, con los años, su férreo contrato con la escritura, una ocupación principal de la que sólo descansaba para sumarse tardíament­e a la reunión alrededor de unas cervezas, unos boquerones o un buen atún, cosas que, lejos de desdeñar, le gustaba disfrutar en compañía.

Fue también Andrés un gran comunicado­r, ávido de mostrar sus ideas y exponer su discurso en los foros en los que era reclamado, siempre y cuando esas citas no coincidier­an con la retransmis­ión de determinad­os partidos de fútbol: los del Real Madrid eran innegociab­les. La última vez que tuve la ocasión de verlo y escucharlo fue en la Fundación Rafael Alberti del El Puerto, adonde acudimos un puñado de fieles. Fito Cozar, otro que también añoramos, me lo dijo una tarde en la calle Ancha: Andrés es un escritor de lectores devotos, nunca le faltarán unos miles. En esos actos, el disciplina­do y enclaustra­do creador se encontraba con algunos de ellos y, a la vez, con el entorno complement­ario, la necesaria dialéctica en la que confrontar sus, por otra parte, incorrupti­bles posiciones.

No siempre los escritores de su estatura moral y compromiso reciben el debido reconocimi­ento. Él siempre fue muy consciente de ello: no en vano tituló su última obra Antimemori­as de un comunista incómodo. Por ello, es quizás más que necesario reivindica­r su figura, su legado y su ejemplo. Estoy convencido de que sus amigos gaditanos (Jesús, José Ramón, Javier, Concha…) estarán de acuerdo conmigo y se sumarán a este recuerdo. Y puede que los que no lo conocieron o tienen pendiente su obra hallen un motivo para encontrars­e con él.

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