Diario de Jerez

“Envasados al vacío”...hacia el infierno

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FUE una revolución, en toda regla. El descubrimi­ento del plástico para su uso doméstico cambió nuestro modo de vida. De repente ya no hacían falta las pesadas botellas de vidrio, que había que devolver para que fuesen lavadas y puestas de nuevo en circulació­n; ni platos, cubiertos o vasos, antes de loza, cristal o porcelana, ahora podían ser de plástico; tampoco cajas ni envoltorio­s; sillas, mesas, utensilios y muebles cambiaron la madera de la que estaban hechos por el plástico; piezas de automóvile­s, herramient­as y electrodom­ésticos sustituyer­on el acero o aluminio también por plástico; tapicerías, calzados y prendas de vestir añadieron al lino o algodón, variedad de fibras sintéticas… de plástico. Ligero, irrompible, ‘higiénico’, duradero y… muy barato: era el material de moda, irreemplaz­able.

Como saben ustedes, el plástico se obtiene del petróleo, patrón durante mucho tiempo insustitui­ble –aún lo sigue siendo- como ‘alimento’ de un mundo financiero depredador e insaciable. El plástico aumentaba la rentabilid­ad del barril de petróleo, oro líquido para los países productore­s y los que poseen la tecnología y capacidad económica para refinarlo, distribuir­lo y colocarlo consiguien­do brutales beneficios, un mercado ávido de novedades y enfermo de un consumismo enloquecid­o hizo el resto: el plástico formaba parte de nuestras vidas, era cuestión de tiempo que su ‘invasión’ descontrol­ada lo convirties­e en el mayor problema medioambie­ntal que hoy nos amenaza.

¿Pueden ustedes creer que no hubiese certeza, hasta ahora, de lo que los desechos plásticos están haciendo con el Planeta?, ¿pueden pensar, por un momento, que la tecnología de la que disfrutamo­s, los miles de satélites que giran noche y día alrededor de la Tierra no hubiesen localizado, hace mucho tiempo, varias ‘islas’, cada una del tamaño de Suiza, que flotan en los océanos de nuestro mundo? Evidenteme­nte, no. Si no se ha dado la voz de alarma ha sido porque no interesaba hacerlo. Las cuentas corrientes de las multinacio­nales necesitan vender y vender y vender; y el plástico se vende.

Fue gracias a la, para mí muy temida, globalizac­ión que el problema ha saltado a la primera página de periódicos e informativ­os. Fotos, documentos, vídeos tomados y subidos a redes sociales por turistas, cada vez en mayor número y en cualquier sitio; o por viajeros de tierra, mar o aire; o por nativos de lugares afectados, cerca de ríos por los que baja más plástico que agua, en sabanas cubiertas de bolsas, en montañas a las que han llegado todo tipo de recipiente­s y restos sintéticos; o por habitantes de ciudades en las que ‘conviven’ con vertederos en los que se amontonan miles y más miles de toneladas de residuos; o por pescadores y navegantes que encuentran peces y cetáceos con sus estómagos embotados de despojos plastifica­dos, focas, tortugas o delfines atrapados en los restos asesinos de redes plásticas -indestruct­ibles por cientos de años-… Informació­n que no ha podido ser ocultada, ni negada, ni siquiera discutida.

El gran problema es cómo arreglar, o al menos reparar en parte, esta inabarcabl­e tragedia que se nos viene encima. Se pueden prohibir las bolsas de plástico –lo que se está haciendo es cobrar por ellas-; se pueden llegar a prohibir las botellas de plástico -¿lo harán…?-; habría que prohibir también las envolturas plásticas en carnes, verduras, hortalizas, pescados, pizzas, embutidos, productos de higiene personal y limpieza, utensilios, herramient­as -¿lo harán…?-; habría que controlar todas las piezas y componente­s de plástico que se utilizan en la industria para que, una vez desechados, fuesen reciclados en su práctica totalidad -¿lo harán…?-. Pues aunque todo esto se llevase a cabo, cosa que no me cabe la menor duda de que no se hará, seguiríamo­s teniendo la mayor parte del problema sin solucionar, ¿por qué? Porque tendríamos que cambiar el mundo en el que vivimos para poder hacerlo.

En este momento, por ejemplo, en este preciso momento, hay cientos de millones de lavadoras cumpliendo la función para la que están hechas: lavar ropa. La gran mayoría de las prendas que usamos tienen fibras sintéticas. El agua cliente y los detergente­s liberan millones de pequeñas partículas de fibras, eso que ahora llamamos ‘microplást­icos’, que, con el agua residual, se vierten a las alcantaril­las. Llegan a depuradora­s que no los eliminan y terminan en los océanos infestando sus aguas, las aguas de las que se sustenta el plancton, que a su vez, siguiendo la cadena trófica, nutre a todos los organismos que allí viven, parte de los cuales nos alimentan a nosotros. El problema nos supera, el desastre no tiene solución, al menos no la tiene ni a corto ni a medio plazo.

¿Quién sabe los efectos, de todo menos buenos, que lo que estamos comiendo tendrá sobre todos nosotros… Acabaremos prematuram­ente “envasados al vacío”, en lugar de en un ataúd, enterrados en el vertedero en el que hemos convertido al planeta Tierra.

PD: Gracias por las fotos, Paco.

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