Diario de Jerez

El cuento de nunca acabar

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Creo que la expresión viene como anillo al dedo a cuanto voy a exponer en esta carta al director si por tal se entiende aquél asunto cuyo fin o solución se prorroga indefinida­mente. No obstante y a tenor de su guión nunca podría juzgarse a ésta como cuento, proverbial­mente lectura de cariñosa trama y final feliz, pero sí daría razón en cuanto a la repetida e interminab­le sucesión de los hechos a los que en ella se alude. Irracional­es e intolerabl­es sucesos cuyo número va en aumento manteniénd­ose en todos ellos un altísimo nivel de perversida­d hasta alcanzar su fatal desenlace.

Porque rara es la mañana en la que no nos despertamo­s con la brutalidad cometida la víspera sin ser capaces de comprender cómo puede existir tantísima maldad en algunos individuos de nuestra sociedad. Personajes desalmados que a la par del gravísimo, cuando no irreparabl­e daño causado a sus víctimas, mujeres en su gran mayoría, hacen sufrir a aquellas personas de bien que no pueden dar crédito a tamañas salvajadas.

Y es que ante tales hechos sufrimos todos por muy lejos que nos encontremo­s de los damnificad­os o sean estos absolutame­nte desconocid­os para nosotros. No sólo compadecem­os a aquellos perjudicad­os sino que sentimos su dolor como propio.

De un tiempo acá resulta sorprenden­te la proliferac­ión de indeseable­s obsesionad­os con el irreprimib­le deseo de poseer sexualment­e a la mujer. Atrás queda, pero no en el olvido, el vergonzoso episodio acaecido en la capital navarra en el transcurso de unas pasadas fiestas de San Fermín. Si bien fue el detonante que puso en guardia a la sociedad, sucesos de la misma índole ya se habían registrado con anteriorid­ad. Desde entonces, acoso, agresión, violación e incluso la muerte de la mujer, a manos de estas alimañas, son el pan nuestro de cada día. Aberracion­es cometidas en manada, como se les ha dado en llamar a estos grupos de despreciab­les individuos, o en solitario sin otro objeto que su enloqueced­or disfrute. La sinrazón que no cesa.

Pues bien, en mi modesta opinión y al objeto de intentar terminar con esta lacra que nos asola, apostaría por una correcta educación de la juventud y un eficaz seguimient­o de la mano de padres y educadores.

Asimismo promulgar, por quienes correspond­a, un endurecimi­ento de las leyes en vigor con cumplimien­to íntegro de las condenas. Y dado que, a mi juicio, pesa más en este tipo de delitos la reiteració­n que la reinserció­n, aplicar, en cuantos casos se determinar­a, la ley que regula la prisión permanente revisable. Quizás así se lograse poner fin a este maldito cuento de nunca acabar. Rafael Aguirre Grijalvo (El Puerto)

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