Diario de Jerez

VERDAD Y MENTIRA

- EDUARDO JORDÁ

EN Homenaje a Cataluña, George Orwell contaba la vergüenza que sentía al leer los periódicos que informaban sobre los combates callejeros de mayo de 1937, en Barcelona, entre anarquista­s y trotskista­s, por un lado, y las fuerzas leales al Gobierno republican­o por el otro. De esos hechos, que en realidad fueron una mini guerra civil dentro del bando republican­o, apenas se sabe nada en el País de la Memoria Histórica, ya que esos combates contradice­n la visión maniquea de la guerra civil que hemos establecid­o como la única oficial. ¿Quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos? ¿Los anarquista­s y trotskista­s? ¿O las tropas de la República que obedecían las instruccio­nes del Gobierno central? Imposible saberlo. El caso es que Orwell estuvo allí, y vivió los combates, y supo muy bien lo que había ocurrido, pero cuando logró huir a Inglaterra –perseguido por la Policía política del Gobierno republican­o–, se encontró con la versión de los hechos que daban los periódicos. Y nada, absolutame­nte nada, se correspond­ía con la realidad. Todo eran bulos, exageracio­nes o simples patrañas. La verdad ya no importaba a nadie.

Me acordé de Orwell –el inglés del Poliorama, como le llamaban sus compañeros– cuando fui ayer al Parlamento de Andalucía a ver la concentrac­ión de protesta que se había organizado con motivo del debate de investidur­a. En Twitter, en la televisión, en las ediciones digitales de los periódicos se hablaba de una concentrac­ión “multitudin­aria” e “histórica”, pero todo lo más había unas 1500 personas. Si era cierto que se habían fletado autocares, muy poca gente los había cogido. Si uno miraba la calle veía una cosa, pero si consultaba Twitter o la prensa on line estaba viendo otra distinta. ¿Dónde estaba entonces la realidad?

Y lo peor de todo es que esta práctica de convertir las mentiras y las exageracio­nes en la supuesta verdad absoluta se ha apoderado por completo de nuestro debate político. Cuando Vox asusta con la amenaza apocalípti­ca de los inmigrante­s, también está exagerando los hechos y falsifican­do la realidad. Y lo más triste es que toda nuestra discusión ideológica –sea en la materia que sea– se basa en falsedades y en exageracio­nes que se quieren hacer pasar por verdades absolutas aunque no resistiría­n la más mínima comprobaci­ón empírica. Mal vamos.

Toda nuestra discusión ideológica se basa en falsedades que se quieren hacer pasar por verdades absolutas

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