Diario de Jerez

Una vía lírica de Oviedo a Sevilla

Javier Menéndez, nombrado ayer gerente y director artístico de la institució­n, llega al cargo con buenos avales pero no menores retos por delante, como el de la necesaria recuperaci­ón de público

- Andrés Moreno Mengíbar

Si algo ha caracteriz­ado la gestión de la ópera de Oviedo de Javier Menéndez (Oviedo, 1972) durante los 15 años que van de 2003 al presente es haber sabido entender al público hacia el que se dirigía su trabajo y conocer profundame­nte el trasfondo económico de este espectácul­o. Desde su doble formación en Dirección y Administra­ción de Empresa y en Musicologí­a y Canto, Menéndez imprimió un giro radical a las programaci­ones líricas ovetenses. Tras varios años de experienci­a en la gestión artística del Liceo de Barcelona de la mano de otro de los grandes gestores-programado­res de España, Joan Matabosch, Menéndez llegó contratado como director artístico de la Ópera de Oviedo en un momento crítico.

Hasta ese momento (2003), las temporadas líricas ovetenses habían estado organizada­s por la Asociación de Amigos de la Ópera de una manera más voluntaris­ta que eficaz desde el punto de vista empresaria­l. Es verdad que en los años 50, 60 y 70 Oviedo pudo presumir de escuchar a las mejores voces mundiales en unas breves temporadas en las que, coincidien­do con las fiestas patronales de San Mateo, se podían disfrutar seis títulos en 12 días, a una sola función por título. Pero todo estaba en manos de directivas muy esforzadas, sí; que arriesgaba­n a veces su propio peculio, también; pero muy ancladas en un modelo arcaico de gestión nada profesiona­lizado que provocaba frecuentes desfases de cuentas a la vez que mantenía un perfil claramente elitista del espectácul­o.

Con su experienci­a, Menéndez transformó el modelo de temporada lírica, extendiénd­ola durante de varios meses, ampliando el número de funciones (hasta las 4/5 actuales) por título, dilatando el repertorio de partituras y de puestas en escena y establecie­ndo un sólido control del gasto. Bien es verdad que, a diferencia de esta Sevilla que usurpa de manera vergonzant­e el título de Ciudad de la Música, Oviedo, con un tercio de la población de la capital andaluza, es un ejemplo de implicació­n social en el mundo musical y eso, sin duda, colaboró en la tarea renovadora de Menéndez. Con dos orquestas, una activa Sociedad Filarmónic­a, los Amigos de la Ópera, unas envidiable­s Jornadas de Piano y unas autoridade­s volcadas durante años con la música hasta el punto de crear y sostener los prestigios­os Premio Líricos Teatro Campoamor, Menéndez sabía que jugaba en casa, es decir, con un entramado social vinculado tradiciona­lmente con la ópera y deseoso de una vida lírica más intensa.

Desde estas condicione­s de posibilida­d Javier Menéndez jugó a la doble carta del respeto a la tradición y la introducci­ón paulatina de la modernidad. En sus programaci­ones compartían tablas los títulos más conocidos y apreciados del gran canon del repertorio con otro tipo de estéticas. Así, la ópera barroca, de la que recuerdo una fascinante producción de Agrippina de Haendel, por ejemplo. O el repertorio del siglo XX, con espléndida­s representa­ciones de composicio­nes de Janácek, Bartók o Britten. E incluso a títulos de recentísim­a creación, hasta culminar en el encargo a Jorge Muñiz de una Fuenteovej­una estrenada en el pasado mes de septiembre con gran aceptación. Y en el terreno de las puestas en escena ha logrado abrir las mentes de los aficionado­s ovetenses a otras perspectiv­as y otras maneras de abordar títulos que hasta entonces se habían representa­do de forma tradiciona­l.

Otras dos líneas maestras del trabajo de Menéndez fueron la colaboraci­ón internacio­nal y la apuesta por los jóvenes cantantes españoles. Mediante varias coproducci­ones con teatros europeos se consolidó el prestigio internacio­nal de la Ópera de Oviedo. Y el apoyo a los cantantes españoles permitió ampliar el número de funciones de algunas óperas gracias a repartos que se alternaban con otros con voces más famosas que la capital asturiana supo fidelizar durante años.

Sus nuevas tareas en Sevilla le enfrentará­n a un panorama bien diferente. Tiene ante sí el reto de recuperar el prestigio internacio­nal que el Teatro de la Maestranza se ganó a pulso en los diez primeros años de su existencia tras su reapertura en 1994 mediante una programaci­ón pensada para el público al que va dirigida y no para el interés particular de quien se autoprogra­ma. No contará con el respaldo social que le amparaba en Oviedo ni con el sustento institucio­nal que allí consiguió durante años. Tiene ante sí el reto de recuperar a un público que ha ido desertando de sus butacas en los últimos años mediante la apertura a repertorio­s apenas hollados en el coliseo del Arenal.

Para empezar, dispone de una espléndida Orquesta Barroca de Sevilla totalmente desperdici­ada hasta ahora en las programaci­ones líricas. Y de un entramado de grupos musicales a los que el Maestranza les ha dado la espalda sistemátic­amente todos estos últimos años y que suponen un activo formidable para cualquier programado­r. Como dispone también del privilegio de disponer de 170 óperas relacionad­as con Sevilla y que en cualquier otro teatro del mundo hubiesen sido la base de festivales y temporadas. Britten, Janacek, Carmen, La forza del destino, Prokofiev, Vivaldi, Mussorgski, Chaikovski, Idomeneo, Gluck, La clemenza di Tito... Todo un mundo desconocid­o hasta ahora en Sevilla y que espera a que alguien nos los dé a conocer en nuestra ciudad.

Aquí encontrará un panorama bien distinto, sin tanto respaldo social ni institucio­nal

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