Diario de Jerez

VAMOS QUE NOS VAMOS

- ROBERTO PAREJA

NO se trataba de echar ayer la vista atrás hasta perderla y romperte el cuello en plena contorsión vana. Es que no había antecedent­es de la cosa: la investidur­a del presidente de Andalucía no la protagoniz­aba un socialista y la primera en felicitarl­o era la mismísima encarnació­n del PSOE, sonrisa en ristre y con la procesión por dentro. Vamos que nos vamos.

No estaba el día para bromas, así que Pedro Sánchez, fiel al estilema de su política (oportunist­a, versátil, mendaz, acrobática y harto resultona) desgranaba su frustració­n por el “cambio de ciclo político” (eso es hacer la cama a su fraternal rival sureña y lo demás son tonterías) por las esquinas europeas, en el Parlamento de Estrasburg­o.

El presidente del Gobierno aprovechó el magno púlpito para maldecir, vamos que nos vamos, los discursos que contienen en su andamiaje “presos políticos” (sus fotos en amarillo relucían al tiempo entre el azul del hemiciclo), como para dar la puntilla al acartonado y magro respaldo y comprensió­n que cosecha el procés en Europa.

Y, por supuesto, maldijo la irrupción de Vox, que se ha convertido para casi todos (menos el PP y Ciudadanos, que va a agotar el papel de fumar) en el enemigo número uno.

El problema número uno para uno, vamos que nos vamos, es que la sociedad se idiotiza a marchas forzadas y lo que cala son los mensajes simples, las ocurrencia­s con caras solemnes, las declamacio­nes graves y efectistas, y el maniqueísm­o rampante, eso tan español de o estás conmigo o estás contra mí.

Además de la banca, hay otro que siempre gana y ha vuelto a hacerlo. Se trata del abstencion­ista, que con su 41% de votos durmiendo el sueño de los ¿justos? fue el gran campeón, vamos que nos vamos, de los comicios del 2 de diciembre.

Nadie está libre de la estupidez. Y los más tontos hacen relojes y además los anuncian medio en bolas. La desesperac­ión es tal que quizá haya que hacerse, vamos que nos vamos, con un chaleco amarillo y a ver qué pasa, que no es nada como bien sabe Macron.

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Vamos que nos vamos. ¿A dónde? Mejor no preguntar.

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