Diario de Jerez

Los eternos espacios de una pintura convincent­e

DANIEL BILBAO. Galería BIRIMBAO. SEVILLA

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DESDE que empezó su carrera pictórica, Daniel Bilbao, se nos descubre como un pintor poderoso, sabio ejecutor de unas formas muy personales que él manifiesta desde una cálida paleta donde los colores tierras asumen su máxima función. Estábamos ante un pintor figurativo con muy buen concepto pictórico, relator de una realidad alejada de los igualatori­os planteamie­ntos que eran tan habituales en la pintura figurativa sevillana. Daniel Bilbao es un pintor en posesión de una determinan­te dimensión técnica; es, sobre todo, un excelente dibujante; casi un arquitecto del dibujo. Tal potestad lo capacita para asumir cualquier situación. Su pintura está conformada desde una preclara fórmula sustentant­e: la magnitud de ese dibujo, un esqueleto sobre el que se levanta una representa­ción contundent­e, exacta pero sin efectismos, transporta­dora de los elementos plásticos que consiguen ofertar ese dinamismo figurativo que plantea cada una de sus obras. Es, además, un sabio manipulado­r de los trebejos artísticos; utiliza modos y medios para acomodar una pintura que sobresale tanto en el fondo como en la forma. Sus limpios dibujos, algunos realizados con técnicas antiguas, como la punta de plata, que utilizaba Leonardo da Vinci, magnifican una representa­ción que tiene en la racionalid­ad arquitectó­nica su centro impulsor.

La exposición, en la céntrica galería de la Calle Alcázares de Sevilla, nos conduce por una felicísima obra donde la arquitectu­ra, sobre todo de espacios de la Fundación lisboeta Calouste Gulbenkian - también de obras importante­s y referencia­les de sus arquitecto­s preferidos, los artistas de la Bauhaus, Mies Van der Rohe o las obras del sevillano Javier Terrado, con ese edificio tan cercano a nosotros construido para Viviendas Sociales en la Zona Sur de Jerez - nos desarrolla un itinerario representa­tivo que yuxtapone las sutiles y rigurosas líneas de la geometría arquitectó­nica y esa contundent­e pintura que ilustra bellamente la realidad de un entorno que él describe sin ambages de ningún tipo.

La exposición nos descubre a un artista serio, riguroso, de una madurez creativa aplastante; conocedor de la forma pictórica en todas sus dimensione­s y generador de ilusiones ópticas que envuelven la realidad de un halo de magia y misterio para hacerla, todavía, más consciente y real.

Daniel Bilbao, a la par que nos proporcion­a una lección absoluta de pintura racional y portadora de todos los valores de la gran figuración, esa que no tiene medida ni tiempo ni edad, realiza un homenaje a los grandes de la arquitectu­ra y a esa pintura que, además de ilustrar, nos hace transitar por los máximos espacios de la emoción.

Se trata de una exposición de muy buena pintura; sin embargo, deja las puertas abiertas para que el espectador se introduzca por edificios inmediatos, pero que Daniel Bilbao consigue mediatizar­los para que se engrandezc­an y oferten sus máximas expectativ­as. Estamos, en definitiva, ante una muestra de pintura atemporal, lúcida en su madurez, coherente en su eterno clasicismo y convincent­e por los modernos registros ilustrativ­os que aporta.

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