Diario de Jerez

CAPÍTULO 4

PARTE II

- JESÚS RODRÍGUEZ GÓMEZ

SE quedó atónito cuando oyó decir a su mujer: –Qué bien, nuestro Jacobo estudiando en Roma. ¿Y cuánto tiempo, una o dos semanas?

Anselmo sintió pena de su mujer. Movió la cabeza negando y respondió:

–Tres años, Carmen. Es el tiempo en que el señor marqués calcula que nuestro hijo tardará en aprender lo suficiente para convertirs­e en un gran músico. De hecho, dice que está seguro de que Jacobo le devolverá, peseta por peseta, lo que le va a prestar. –¡Tres años! ¿Pero cómo vamos a estar todo ese tiempo sin ver a nuestro hijo? –se dolió ella–.

De pronto, agachó la cabeza y dijo en tono triste:

–Claro que, si es por su bien, todo sacrificio es poco. Tenemos que decírselo.

En ese momento llegaba Jacobo e interrumpi­eron la conversaci­ón.

La comida fue silenciosa porque Jacobo andaba dándole vueltas a la música de la fuente en la que llevaba trabajando unos días y sus padres a cómo darle la noticia de su viaje.

Una vez que la madre hubo servido el postre, el padre aspiró profundame­nte y dijo: –Jacobo, tu madre y yo tenemos algo que decirte.

Él miró a ambos extrañado. Su padre carraspeó, le puso la mano sobre el hombro y dijo:

–El marqués me ha hecho una propuesta…

Jacobo escuchaba a su padre desconcert­ado. Cuando le oyó pronunciar “Farinelli” exclamó: –¿El maestro Farinelli? Por supuesto que me iré a Roma. Don Julián nos ha hablado muchas veces de él. Dice que es el mejor profesor de música del mundo y que un año con él es como toda una vida con cualquier otro... Además –y adoptó un gesto serio– es el medio más rápido para hacerme un nombre en la música y convertirm­e en un hombre rico. No tengo más remedio que serlo si quiero que el marqués consienta en que me case con Mencía.

–¿Casarte tú con la hija del marqués? Estás loco, hijo mío –exclamó

la madre escandaliz­ada–. Todo el mundo sabe que desde que nació está destinada a casarse con el hijo del conde de Henestrosa, el bodeguero. Imagínate los dos negocios unidos: el conde aporta sus vinos y el marqués su brandy. Será una de las empresas más ricas de todo el país. Se cuenta que lo trataron ya en el bautizo de la niña.

–Sí, ya había oído esa historia –se dolió Jacobo–. Todo el mundo sabe cuáles son los planes del marqués, pero nadie más que yo conoce lo que quiere su hija... Aunque antes de aspirar a su mano no tengo más remedio que hacerme rico. ¿Cuándo me voy?

Los padres aún no se habían repuesto de la sorpresa de las palabras de Jacobo. “Pobre hijo mío, el golpe que le va a dar la vida”, se dijo Carmen con desaliento. Anselmo respondió:

–En cuanto estés preparado. –Pues dos días. Mañana por la mañana tengo que despedirme de Mencía, contarle mis planes y decirle que me espere.

La tarde la pasó Jacobo preparando su escaso equipaje. A última hora había aparecido por su casa el administra­dor del marqués con los billetes y un sobre con dinero.

Jacobo se durmió pensando, no en Mencía, como siempre, sino en el viaje que le permitiría casarse con ella.

Al día siguiente se dirigió a casa de don Julián para recibir su última clase de música. Cuando le contó que, por la mediación y con la ayuda del marqués, iba a convertirs­e en alumno de Farinelli, el profesor abrió mucho los ojos y dijo:

–De alumno mío a alumno de Farinelli. Estoy deseando contárselo a mis colegas.

Jacobo empezó a sentirse inquieto porque pasaba el tiempo y Mencía no llegaba. Al cabo de un rato se oyó el ruido de un coche parándose en la puerta de la casa. “Ahí está”, se dijo.

No apareció Mencía sino el cochero.

–Don Julián –dijo–, el señor marqués me encarga que le diga que su hija no vendrá hoy. La familia ha tenido que salir urgentemen­te de viaje a Madrid.

Miró entonces a Jacobo y dijo en tono áspero:

–A ti tengo el encargo de llevarte a Cádiz.

A Jacobo se le hundió el mundo. Con un tono apesadumbr­ado se dirigió al cochero:

–Tengo que recoger el equipaje en mi casa.

–Pues arreando –respondió el cochero en tono malhumorad­o–. Tenemos un largo rato hasta llegar a Cádiz y yo tengo que volver a ‘Lavapájaro­s’ después de dejarte allí.

Jacobo se despidió de su maestro, que le propinó un fuerte abrazo a la vez que llamaba a su esposa: “Catalina, Catalina”.

Ella entró secándose las manos y don Julián le contó los planes de Jacobo, repitiendo: “Fíjate, Catalina, de alumno mío a alumno de Farinelli”.

En cuanto Jacobo se marchó, don Julián se tumbó sobre el sofá regodeándo­se en la idea de contar a sus colegas el salto de aquel alumno: “De mí a Farinelli”. Su mujer en cambio andaba cabizbaja, entristeci­da por dejar de ver cada día a aquel muchacho tan extraordin­ariamente guapo y sobre todo por no recibir más la mensualida­d que pagaban sus padres por las clases. “Adiós al sofá chesterton y a las butacas”, se dolió.

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ANTONIO GÁLVEZ Muelle de Cádiz a finales del siglo XIX.
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