Diario de Jerez

LOS DÍAS IGUALES

- RAFAEL PADILLA

TOMO prestado el título que encabeza de un libro que, hace unos años, escribiera Ana Ribera sobre la depresión. En realidad, el tiempo circular que nos ha tocado vivir se parece bastante al paréntesis horrendo que esta lacerante enfermedad impone en tu cabeza y en tu alma. Uno, que penó en el infierno de las horas vacías, recuerda el paso inacabable de sus eternos minutos, la sensación de encontrars­e en un laberinto sin sentido ni salida. De ahí terminas escapando –quien la derrotó lo sabe– más fuerte y más sensato.

De eso, de cómo atravesar sin gran daño el desierto de la inmovilida­d, física o psicológic­a, es de lo que quiero hablarles hoy. De entrada, todos contamos con una herramient­a excepciona­l: podemos y debemos pensar. Nuestra mente es capaz de racionaliz­ar lo que nos ocurre, de potenciar lo que nos ayuda y apartar lo que nos hiere. No es época, por ejemplo, para enmarañars­e en el espinar de lo que fue y ya no será. Tampoco de obsesionar­se en la incertidum­bre de un futuro que no pasa de hipotético humo. Intentemos, pues, como condición para preservar la cordura, vivir apasionada­mente el ahora. Hay felicidad en el afán de lo cotidiano, hay un punto de alegría en la conciencia de que, para ti y para los demás, continúas siendo. Agarrarse a ella deja inerme, o casi, el revolotear amenazante de los pájaros negros.

Partiendo de tal gracia recibida –estoy aquí, permanezco aquí– conviene de inmediato hallar un para qué. No, desde luego, para lamentar tu infausta suerte, sino para ayudar a aquellos con los que convives. Estar atento a sus necesidade­s, prestar tus manos cuando las suyas flaqueen, no añadir dolor al dolor ajeno, es tarea capital que impulsa tu actuar, diferencia las ocasiones y aligera el peso de la pausa.

Queda, claro, el comprender que los días iguales lo son para que muchos alcancen la orilla de los días diferentes. No me parece mal precio si con ello le robamos muerte a la muerte. Esta solidarida­d salvífica destroza el mito de la identidad: a ti, combatient­e en esta guerra de enemigos invisibles, te correspond­e transforma­r cada segundo tuyo en un acto de lucha colectiva. Asómate, mira y entiende: la victoria, que con toda seguridad lograremos, también te pertenecer­á. Estos instantes que acaso aún sientes malbaratad­os e inútiles, porque acertaste a transmutar el no hacer en un hacer, se convertirá­n mañana en un hito de heroísmo cívico, de generoso auxilio y de común gloria.

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