Diario de Jerez

INGRESO MÍNIMO

- EDUARDO JORDÁ

SI nuestra clase política supiera comportars­e con un mínimo de decoro, la aprobación del Ingreso Mínimo Vital sería una noticia que todo el mundo debería estar celebrando. Pero cuando el Parlamento de nuestra nación se ha convertido en uno de esos locales donde se realizan peleas clandestin­as de gallos (o incluso de rottweiler­s), una buena noticia como ésta –que supondrá un alivio económico para mucha gente que lo está pasando mal– ni siquiera puede ser celebrada con la alegría que se merece. Tarde o temprano, ese Ingreso Mínimo Vital (que, repitámosl­o,

es una garantía de vida decente para muchos ciudadanos que están ahora mismo en las colas de recogida de alimentos) será usado por los hunos y por los hotros como una excusa para la pelea política de la peor especie. No tardaremos en ver toda clase de propaganda embustera destinada a apropiarse de esa medida como si fuera un regalito personal salido del bolsillo de los políticos que la han aprobado. Y en sentido contrario, no tardaremos en ver bulos, noticias falsas y acusacione­s insidiosas que intentarán criminaliz­ar a muchos inmigrante­s que van a beneficiar­se –por fortuna– de esta medida.

En cualquier caso, no debemos olvidar que esta ayuda económica exigirá fuertes subidas de impuestos y más sacrificio­s

laborales y económicos para otra parte de la población que también lo está pasando mal. Guste o no, el dinero del Ingreso Mínimo llegará de las ayudas europeas y no nos saldrá gratis. Probableme­nte exigirá subir el IVA de muchos productos básicos y recortar pensiones y salarios. Y por eso mismo ese Ingreso Mínimo Vital debería administra­rse de una forma especialme­nte escrupulos­a.

¿Se hará así? Tengo mis dudas. El Ingreso Mínimo Vital supone que mucha gente que vive en el límite de la subsistenc­ia (o directamen­te en la pobreza más humillante) disponga de unos ingresos que les permitan sentirse personas útiles. Llamar despectiva­mente a esa ayuda “la paguita”, como si fuera una limosna desdeñosa que una señorona le da a un mendigo al salir de misa, es una vergüenza que degrada a quien la llama así. Ahora bien, en medio de una crisis como la actual, esa ayuda debería gestionars­e con la mayor eficacia posible para evitar abusos y agravios. ¿Se hará así? En la actual situación de encanallam­iento político hay muy pocos motivos para creerlo.

Hará que mucha gente que vive en la pobreza más humillante disponga de unos ingresos que les permitan sentirse útiles.

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