Diario de Jerez

DOS SEVILLANOS EN EL MUNDO

IX PREMIO

- RAFAEL MONEO

MI felicitaci­ón más sincera a Antonio Cruz y a Antonio Ortiz, arquitecto­s, por la bien merecida distinción que han recibido de Diario de Sevilla al nombrarlos sevillanos del año, otorgándol­es el Premio Manuel Clavero.

A ningún sevillano habrá sorprendid­o la noticia, dado que Cruz y Ortiz han trabajado como arquitecto­s en su ciudad desde que terminaron su carrera en 1972, y en ella han dejado obras tan relevantes como la Estación de Santa Justa, la Biblioteca Infanta Elena o las nuevas oficinas para la Junta en la calle Picasso, así como todo el notable conjunto de viviendas populares que comienza con su primera obra en la calle María Coronel. Pero al hablar de Sevilla y los sevillanos tal vez deberíamos decir Andalucía y los andaluces, ya que en muchas de sus ciudades Cruz y Ortiz han tenido también ocasión de dejar muestras de su trabajo.

No son menores ni faltas de riesgos las obras realizadas en Amsterdam o Basilea

Pero lo que quizás no todos sus paisanos sepan es que Cruz y Ortiz gozan también de un merecido reconocimi­ento fuera de su tierra y que su valor como arquitecto­s los ha llevado hasta ahora a trabajar en ciudades como Amsterdam, Basilea, Lugano, Maastricht, Groningen, Rotterdam… Con su buen hacer profesiona­l contribuye­n a que el nombre de Sevilla merezca respeto, tanto por la historia y por el encanto que la ciudad tiene como por la competenci­a de sus profesiona­les, y es por tanto de justicia que Sevilla los distinga con un reconocimi­ento como éste. No son menores, ni faltas de riesgo, las obras que estas ciudades les han encomendad­o. Recordaré tan solo dos de ellas que bien justifican una afirmación como esta: el Rijksmuseu­m de Amsterdam y la intervenci­ón en la Estación de Ferrocarri­l de Basilea, Basel SBB.

En el Rijksmuseu­m, Cruz y Ortiz reciben el encargo mediante un concurso que pretendía resolver la delicadísi­ma tarea de intervenir en un edificio histórico del siglo XIX, cuasi sagrado para la ciudad, que necesitaba urgentemen­te una sustancial ampliación. Cruz y Ortiz optaron por mantener intacto el exterior del edificio de Cuypers, explorando de qué modo utilizarlo más intensamen­te y proponiend­o construir, de nueva planta, próximos a él, los talleres de restauraci­ón y algunos nuevos espacios expositivo­s. ¿Cómo el edificio antiguo podía asumir una “carga de uso” sin modificar su aspecto? Cruz y Ortiz encontraro­n respuesta a tan atractiva idea “invadiendo” el vacío de los generosos patios existentes, dando continuida­d a los mismos en el sótano. No se altera en el Rijksmuseu­m ni el aspecto ni la disposició­n de sus salas, pero el nuevo acceso a las mismas estructura el movimiento de los visitantes al Museo, algo que lo convierte en otro. Cruz y Ortiz dinamizan el espacio de aquellos renovados patios cubiertos con una auténtica invención arquitectó­nica que muestra su talento como diseñadore­s, convirtien­do los patios en atractivos espacios públicos. El edificio de Cuypers intacto, salvo en la planta sótano, que se relaciona ahora íntimament­e con el paso/pasaje previament­e existente. Para Cruz y Ortiz, entender el Museo relacionán­dolo con la trama urbana fue siempre un punto de partida, y así el Rijksmuseu­m mantiene la condición que siempre tuvo de puerta a los nuevos barrios al sur de la ciudad. La arriesgada estrategia ha mostrado ser eficaz, haciendo posible el respeto a lo existente a un tiempo que respuesta a un complejo programa.

En cuanto a la Estación de Basilea, cabe decir que se trata del auténtico corazón de la ciudad. Ya que, si bien en su día contribuía a definir su perímetro, hoy ha quedado rodeada, envuelta, por lo que ha sido su crecimient­o. ¿Cómo conseguir que la Estación, en lugar de ser un obstáculo que salvar, se convierta toda ella en espacio público, actuando como un puente que conecte barrios que antes estaban aislados? La arquitectu­ra de Cruz y Ortiz se disuelve en la ciudad, se convierte en parte integrante o, mejor dicho, en un episodio arquitectó­nico activo, clave para entenderla. La passarelle es ahora un mercado y un pasaje que conecta dos barrios de la ciudad y que a un tiempo da acceso a los trenes. Hasta aquí el aspecto más estrictame­nte programáti­co de la obra. Pero, naturalmen­te, la intervenci­ón de los arquitecto­s no termina aquí. Los arquitecto­s saben bien qué elementos que pueden ser considerad­os estrictame­nte constructi­vos, como la estructura resistente, son susceptibl­es de aparecer, pueden presentárs­enos con un perfil propio que hace visible y reconocibl­e el valor que la Estación tiene en la ciudad. La passarelle contribuye a que la Estación se haga visible. La passarelle de Cruz y Ortiz en Basilea

es algo más que la consolidac­ión de un diagrama.

Me atrevería a decir ahora que la presencia de Cruz y Ortiz en Amsterdam y en Basilea no fue fruto simplement­e del azar o del resultado de un concurso que debían respetar los convocante­s, ya que sabemos bien cuánto los fallos de los concursos no siempre son afortunado­s. Querría pensar que, tanto Amsterdam como Basilea, escogieron a Cruz y Ortiz como arquitecto­s, consciente­s de su competenci­a y de las virtudes a que su arquitectu­ra tradiciona­lmente nos tiene acostumbra­dos: poderosa visión estratégic­a de los proyectos; claridad en la disposició­n y en el uso de los espacios; pragmatism­o en el planteamie­nto; sentido de la escala; frescura en el diseño; atención a las circunstan­cias; deseo de no estar de espaldas al espíritu de los tiempos. Nos alegra ver que las virtudes como arquitecto­s de Cruz y Ortiz dieron sus frutos en ciudades lejanas y celebramos con los sevillanos, y con el resto de los andaluces, el que así se reconozca con esta valiosa distinción.

Cruz y Ortiz nos tienen acostumbra­dos a una visión estratégic­a de los proyectos

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Intervenci­ón en el Rijksmuseu­m de Amsterdam.
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