Adiós Nissan, adiós
Sería una simplifación burda intentar reducir a unos pocos los factores que han llevado a Nissan a marcharse de España. No habrá sido únicamente el coronavirus aunque bien puede haberse convertido en la puntilla que acelerara esta agonía, no habrá sido exclusivamente la inestabilidad causada por los independentistas en Cataluña, ni siquiera el hecho de que los números lleven años sin salir, o que el Gobierno de la nación anuncie a bombo y platillo subvenciones para todos a pagar por una deuda pública insoportable y una subida de impuestos a las grandes empresas o a los grandes patrimonios para conseguir mínimos -pero muy televisivosingresos.
El problema llega cuando todo viene de la mano. No hace falta pasarse años en el consejo de adminstración de una multinacional para saber lo que describo aquí, pero haberlo hecho y haber escuchado similares mensajes hasta la saciedad te dan la seguridad necesaria a la hora de escribirlo: las empresas privadas, como la mayoría de los mortales, trabajan para ganar dinero. Una combinación enrevesada de estudios de mercado, costes de financiación, costes de producción, retorno de la inversión y limitación de riesgos se conjugan en interminables informes y presentaciones proyectadas sobre pantallas frente a ejecutivos de diferentes especialidades y opiniones. Las reuniones duran horas, se repiten, se suspenden, se vuelven a repetir tras días y noches de generación de nuevos datos por parte de los equipos de producción y financieros.
Estas decisiones no se toman en un día.
Producir en un país extranjero requiere unos esfuerzos y una inversión titánicos. Y revertir el proceso, incluso más.
¿Por qué, pues, mantener abiertas las fábricas de Alemania y el Reino Unido, apostar por Francia y descabalgar a España? Pongamos los datos juntos: la productividad de la planta española es la más baja del Grupo (pedir más vacaciones, salarios más altos, más bajas de paternidad, maternidad, abuelidad o como lo queramos llamar tiene sus efectos). Encender el ordenador para encontrarse todos los días con una nueva soflama comunista o un nuevo cambio de rumbo en los que rigen el país, tampoco ayuda. Saber que desde Madrid se les da oxígeno por la noble causa de mantenerse en el sillón- a los que hace dos años declararon la independencia unilateral de Cataluña y provocaron una estampida sin precedentes del empresariado patrio y foráneo, no es lo más tranquilizador.
Si además, en el Congreso y el Senado se habla de freír a impuestos a las grandes empresas, y se pacta la definición del nuevo marco laboral del país con... ¡Bildu! entonces completamos la receta perfecta para garanticar falta de rentabilidad más inseguridad jurídica más inseguridad fiscal, ésa receta que inclina la balanza hacia el traslado de la producción.
Hace unas semanas supimos que Astilleros de Cádiz perdió un suculento contrato con la US Navy gracias a otra estúpida ocurrencia del buenismo-leninismo patrio durante unas maniobras conjuntas en el Golfo Pérsico.
Gestionar es muy complejo. Dirigir es muy difícil. No bastan los cimientos construidos a base de asambleas universitarias de puño en alto ni los mítines de tienda de campaña y caras sin afeitar para hacer algo tan serio como tomar las riendas de un país.
A la empresa privada no le gustan ni el comunismo ni el intervencionismo. Aquéllos que votan a los que creen los salvadores de la clase trabajadora sólo están contribuyendo al empobrecimento común de la sociedad, la pérdida de rumbo del país y la destrucción de esos trabajos que no caen del cielo ni crecen en los árboles.
Más bien, se generan en reuniones interminables frente a un proyector lleno de gráficas de coste y beneficio, análisis de riesgos y, quién sabe, quizás algunas fotos de políticos advenedizos vistos como una amenaza para la ansiada estabilidad.