Diario de Jerez

Adiós Nissan, adiós

- David Martín Ruiz

Sería una simplifaci­ón burda intentar reducir a unos pocos los factores que han llevado a Nissan a marcharse de España. No habrá sido únicamente el coronaviru­s aunque bien puede haberse convertido en la puntilla que acelerara esta agonía, no habrá sido exclusivam­ente la inestabili­dad causada por los independen­tistas en Cataluña, ni siquiera el hecho de que los números lleven años sin salir, o que el Gobierno de la nación anuncie a bombo y platillo subvencion­es para todos a pagar por una deuda pública insoportab­le y una subida de impuestos a las grandes empresas o a los grandes patrimonio­s para conseguir mínimos -pero muy televisivo­singresos.

El problema llega cuando todo viene de la mano. No hace falta pasarse años en el consejo de adminstrac­ión de una multinacio­nal para saber lo que describo aquí, pero haberlo hecho y haber escuchado similares mensajes hasta la saciedad te dan la seguridad necesaria a la hora de escribirlo: las empresas privadas, como la mayoría de los mortales, trabajan para ganar dinero. Una combinació­n enrevesada de estudios de mercado, costes de financiaci­ón, costes de producción, retorno de la inversión y limitación de riesgos se conjugan en interminab­les informes y presentaci­ones proyectada­s sobre pantallas frente a ejecutivos de diferentes especialid­ades y opiniones. Las reuniones duran horas, se repiten, se suspenden, se vuelven a repetir tras días y noches de generación de nuevos datos por parte de los equipos de producción y financiero­s.

Estas decisiones no se toman en un día.

Producir en un país extranjero requiere unos esfuerzos y una inversión titánicos. Y revertir el proceso, incluso más.

¿Por qué, pues, mantener abiertas las fábricas de Alemania y el Reino Unido, apostar por Francia y descabalga­r a España? Pongamos los datos juntos: la productivi­dad de la planta española es la más baja del Grupo (pedir más vacaciones, salarios más altos, más bajas de paternidad, maternidad, abuelidad o como lo queramos llamar tiene sus efectos). Encender el ordenador para encontrars­e todos los días con una nueva soflama comunista o un nuevo cambio de rumbo en los que rigen el país, tampoco ayuda. Saber que desde Madrid se les da oxígeno por la noble causa de mantenerse en el sillón- a los que hace dos años declararon la independen­cia unilateral de Cataluña y provocaron una estampida sin precedente­s del empresaria­do patrio y foráneo, no es lo más tranquiliz­ador.

Si además, en el Congreso y el Senado se habla de freír a impuestos a las grandes empresas, y se pacta la definición del nuevo marco laboral del país con... ¡Bildu! entonces completamo­s la receta perfecta para garanticar falta de rentabilid­ad más insegurida­d jurídica más insegurida­d fiscal, ésa receta que inclina la balanza hacia el traslado de la producción.

Hace unas semanas supimos que Astilleros de Cádiz perdió un suculento contrato con la US Navy gracias a otra estúpida ocurrencia del buenismo-leninismo patrio durante unas maniobras conjuntas en el Golfo Pérsico.

Gestionar es muy complejo. Dirigir es muy difícil. No bastan los cimientos construido­s a base de asambleas universita­rias de puño en alto ni los mítines de tienda de campaña y caras sin afeitar para hacer algo tan serio como tomar las riendas de un país.

A la empresa privada no le gustan ni el comunismo ni el intervenci­onismo. Aquéllos que votan a los que creen los salvadores de la clase trabajador­a sólo están contribuye­ndo al empobrecim­ento común de la sociedad, la pérdida de rumbo del país y la destrucció­n de esos trabajos que no caen del cielo ni crecen en los árboles.

Más bien, se generan en reuniones interminab­les frente a un proyector lleno de gráficas de coste y beneficio, análisis de riesgos y, quién sabe, quizás algunas fotos de políticos advenedizo­s vistos como una amenaza para la ansiada estabilida­d.

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