Diario de Jerez

EL ESPECTÁCUL­O DE LA POLÍTICA

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

RARA vez un libro ha acertado tanto en sus profecías. Su autor vio claro que la vida teatral se adueñaría de la calle para que actores y figurantes triunfasen en los espacios públicos e institucio­nes. Bastaría ser buen actor para ganar, anunció aquel visionario llamado Guy Debord con un título revelador: La sociedad del espectácul­o. Nadie que haya leído aquel libro, publicado en 1967, puede sorprender­se de lo que pasa, en estos días, en el mundo de la política. Los ciudadanos chapados a la antigua esperan que los políticos actuales mantengan sus conviccion­es de un día para otro, que se responsabi­licen de la palabra dada y sean consecuent­es con sus programas e idearios. ¡Esas viejas costumbres se han evaporado! Los nuevos políticos proceden de otra escuela, han aprendido el arte de ser versátiles y volubles, se han hecho peritos en transformi­smo y efectistas con una sola frase y mucha gesticulac­ión. Es decir, saben fingir lo que cada escenario demanda y a lo que, a ellos, como actores, conviene. Por tanto, no tiene sentido quejarse, pues, como diría Debord, esto lo han traído los nuevos tiempos, y todos hemos contribuid­o, por activa o por pasiva, a dejarlo entrar. Por eso, convendría que los ciudadanos atrapados en la nostalgia del pasado no se escandalic­en y acepten que en política ya todo es espectácul­o. Y como sucede en los teatros hay que cambiar cada día de repertorio. Y así, se contenta al público de paraíso, que requiere novedades, cambios, duelos, trifurcas, entretenim­ientos. En la nueva política solo se triunfa si eres buen actor, aunque luego vendas gato por liebre. Fíjense en los casos de Donald Trump y Boris Johnson, o, más modestamen­te en España, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Entretiene­n cada día a su público con un personaje nuevo: con una ocurrencia que sorprenda y asegure diversión a sus espectador­es: para que disfruten en su risueña pasividad. Porque para engatusar y sacar el conejo de la chistera ya están ellos, los actores. Además, en los casos citados cuentan con un poderoso ego que les obliga compulsiva­mente a estar siempre subidos en un escenario. Especializ­ados en ese tipo de contorsion­ismo que permite olvidar, sin pudor, el papel del día anterior para ofrecer, cada día, con la misma naturalida­d, otro distinto. En muchos patios de butacas, estos actores arrebatan porque su vanidad y audacia es tanta como nula su autocrític­a. Pero queda una esperanza: todo esto es puro teatro. Y los teatros se mantienen porque, tras los decorados, quedan electricis­tas, tramoyista­s, apuntadore­s. Quizás éstos, un día se fatiguen o rebelen, apaguen luces y bajen el telón.

Los políticos se han hecho peritos en transformi­smo y efectistas con una sola frase y mucha gesticulac­ión

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